De la novela negra a la memoria
Rosa Ribas: "El miedo a la oscuridad y a lo desconocido nos vuelve irracionales"
La escritora catalana publica 'Peces abisales', un muy personal libro de recuerdos y vivencias mientras admite que prepara una nueva entrega de los detectives Hernández
Rosa Ribas: "Imaginé un ‘Make Barcelona great again’ trumpero, una versión catalana del populismo"
Anna Abella
Periodista cultural
En esta casa desde 1990. Periodista cultural. Buceando en el mundo de los libros desde 2005.
En ‘Peces abisales’ (Tusquets), el lector no hallará ninguna investigación de la familia de detectives Hernández ni ningún caso de la comisaria Weber-Tejedor, pero están ahí, junto a su creadora, Rosa Ribas (El Prat de Llobregat, 1963), una de las autoras de novela negra más respetadas de la geografía española. Son una suerte de memorias noveladas, su "libro más personal y sensible", admite, donde desnuda parte de su intimidad en un fluir de reflexiones, recuerdos y vivencias, de luces y sombras, que desde niña la macaron y la forjaron como individuo y como escritora. Literalmente, desde el mismo momento del nacimiento, cuando tras diez meses de embarazo, su madre estuvo esperando a que le practicaran la cesárea y el médico de guardia no se puso manos a la obra hasta que, a las cuatro de la madrugada, terminó de leer ‘El gatopardo’, de Lampedusa. "Con Tolstói habría nacido por la mañana y Proust me podría haber costado la vida", escribe con el humor con el que, junto con "la autoironía", sabe vestir los momentos tristes.
"Me salvó, porque si hubieran tardado una semana más…", ríe hoy Ribas entre los estantes de la librería +Bernat de Barcelona. "Esa anécdota me impresionó cuando me la explicaron en casa hace pocos años. Antes de saber la importancia que había tenido en mi vida yo había leído ‘El gatopardo’ en la universidad. Y tendría 16 cuando me encontré con aquel doctor y me dijo: ‘Soy la primera persona que te vio llegar al mundo’".
‘Peces abisales’ nació en una columna homónima que Ribas publicó en EL PERIÓDICO el pasado agosto, sobre un viaje para olvidar a Gales, con 17 años. Fue con un coro de canto. Tenía una miopía de 20 dioptrías que marcó su visión, o mejor dicho, no visión, de las cosas (con el tiempo se operó), y su imagen en el espejo con las gafas de gruesos cristales y la redecilla en la cabeza del vestido de pubilla catalana le hacía parecer un pez abisal. "Esa vista tan limitada te jugaba muy malas pasadas cuando te quitabas las gafas, sobre todo de niña, en la época de los terrores nocturnos, porque el cerebro llena las sombras de figuras poco amables, de monstruos. El miedo a la oscuridad y a lo desconocido nos vuelve irracionales. Muchos miedos son compartidos, como el de que haya alguien bajo la cama. Son imágenes que te acompañan a lo largo de los años y que acaban en algunas de las novelas", admite quien escribe que "contar historias es una manera de alejar los miedos".
"Desarrollé la idea del artículo y el libro salió solo. Es la primera vez que escribo abiertamente desde un yo -confiesa-. Yo, que siempre defiendo la ficción para escribir con libertad. Y la ficción de género, porque implica una doble máscara donde la libertad es absoluta, ya que se espera aún menos la presencia de la autora y puedes hablar de cosas que te tocan. Como decía Martin Amis, ‘Si has leído mis novelas, lo sabes todo sobre mí’. Es como si me hubiera desnudado un poco, te sientes más vulnerable".
La "residencia de lápices jubilados"
Ribas, zurda, escribe siempre a mano y a lápiz la primera versión de sus libros; lleva una veintena. El ordenador servirá luego para "ordenar el caos" del manuscrito. En una pared de casa, revela, cuelga la "residencia de lápices jubilados", un marco donde colecciona más de un centenar de puntas de lapiceros utilizados para tachar, reescribir, anotar y darle forma a las novelas. "No puedo dejar de escribir. Siempre lo estoy haciendo, es mi motor, mi herramienta de conocimiento, mi forma de entender el mundo y darle forma. ‘Es quan escric que hi veig clar’, si modificáramos el verbo del poema [de J.V. Foix]". Y ya está trabajando, revela, en un nuevo libro de la familia Hernández. "Dije que no seguiría la trilogía y ya ves, un momento de debilidad y estoy con el cuarto. Aún tienen historia", promete quien tiene "alergia a las actitudes de superioridad, cursilerías, solemnidades y retóricas grandilocuentes que afirman que leer nos hace mejor personas".
La extranjería
Ribas ha vivido 30 años en Alemania, la mayoría en Fráncfort. Volvió a instalarse en Barcelona tras la pandemia. Como su comisaria Weber-Tejedor, pertenece a dos culturas. "Siempre eres de fuera. Enfrentarte a qué es la extranjería, a moverte sin conocer las reglas del juego, a aprenderlas tú sola, para mí es una experiencia básica, esencial. La sensación de desubicación, de no saber dónde encajas, de ser la rara. Allí, aunque hablaras el idioma, aunque tuviera marido y amigos alemanes, siempre eras la de fuera. Y te conviertes en observadora. Y ahora, de vuelta a Barcelona, sigo observando".
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