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Pulpo fiction: la fascinación sobre su inteligencia llega a la ciencia ficción

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Los pulpos podrían soñar igual que los humanos

Los pulpos podrían soñar igual que los humanos / pixabay

Ernest Alós

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Algo nos pasa con los pulpos, y no es que sus tentáculos a la brasa sobre un lecho de parmentier de patata se hayan convertido en una plaga en las cartas de los restaurantes. Es más, se trata de una tendencia que quizá nos llegue a mirar de otra manera esa receta. La fascinación sobre la inteligencia de estos animales que son moluscos sin concha (primos por tanto de los insulsos caracoles) pero con unas capacidades sorprendentes y unos ojos que nos pueden mirar cara a cara no ha dejado de crecer en los últimos años. Empezó con estudios científicos y libros de divulgación, pasó a la TV con el documental 'Lo que el pulpo me enseñó' de Netflix, siguó con un debate más o menos científico sobre su naturaleza alien o no, esta sensibilización ha llegado a impulsar campañas contra las granjas de cría con propósito alimentario en Canarias... y ahora todo este interés a filtrarse en la literatura de ciencia ficción. No, no hablamos de que desde Lovecraft unos buenos tentáculos siempre mejoren una historia de terror. Se trata de libros que parten justo de especular sobre cómo se podría llegar a relacionar un humano con esa inteligencia tan distinta. Ciencia ficción de la buena. Como 'La montaña en el mar', de Ray Nayler, la novela revelación del género en 2022 en EEUU traducida ahora por David Tejera para Nova o 'Herederos del caos', de Adrian Tchaikovsky (Alamut). Ambos biólogos, por cierto.

¿Por qué este interés? "Es difícil saber por qué -reconoce Nayler, participante en el festival Celsius de Avilés el pasado julio-. A veces mucha gente inventa lo mismo al mismo tiempo porque todo está en el aire, en el espíritu del tiempo". Pero hay razones objetivas para que estos seres despierten interés a medida que la investigación ha revelado su capacidad de resolver problemas complejos.

"Es un animal fascinante: ha evolucionado independientemente durante 500 millones de años, nuestro último ancestro común en un gusano plano, y el resultado son dos criaturas inteligentes, completamente diferentes pero que comparten su curiosidad por el mundo. El pulpo es interesante porque aunque es tan extraño y diferente, con un cerebro y una estructura neuronal tan completamente distintas, nos identificamos con él. Hasta desarrolló un ojo muy parecido al humano que te permite hacer contacto visual", explica este asesor para la creación de reservas marinas de la agencia federal meteorológica y oceanográfica de EEUU, la NOAA.

Ray Nayler, en el festival Celsius de Avilés

Ray Nayler, en el festival Celsius de Avilés / Ricardo Solís / La Nueva España

En su libro, en un mundo dominado por corporaciones que desarrollan inquietantes androides y sistemas de inteligencia artificial y con los fondos marinos arrasados, una científica intenta comunicarse con una especie de pulpos que parece haber desarrollado, en el archipiélago vietnamita de Con Dao, una sociedad parece que primitiva, pero sociedad al fin y al cabo, con lenguaje simbólico y ciertas intenciones hacia los seres humanos.

Aunque de hecho, el primer impulso para 'La montaña en el mar' fue "la idea de que la ciencia ficción en general toma la idea de la comunicación alienígena menos en serio de lo que debería". Tras ver la película de 'The Arrival', que no caía en este error, Nayler intentó hacer algo parecido, convertir el desciframiento de una forma de comunicación totalmente ajena en una narración atractiva, no con aliens sino con una especie real. "Elegí el pulpo porque siempre me ha fascinado y me parece uno de los candidatos más probables para ser una especie que algún día pueda evolucionar para tener una comunicación sofisticada basada en símbolos, que es lo que distingue a los humanos de la comunicación del resto de animales".

No es ocioso hablar de aliens. Hace unos años, un artículo de 33 científicos conjeturó que la llegada de una semilla de vida a lomos de un meteorito quizá está en el origen de esos seres. Algo que quedó desacreditado inmediatamente por sus colegas pero que dejó una simiente flotando.

Adrian Tchaikovsky, en el festival Celsius de Avilés.

Adrian Tchaikovsky, en el festival Celsius de Avilés. / María Fuentes / La Nueva España

Sí que viaja al espacio Adrian Tchaikovsky en 'Herederos del caos'. Aquí los pulpos van unos cuantos pasos por delante de los de Nayler. Un experimento de terraformación sale rana y milenios más tarde, exploradores humanos (y arañas, pero no lo vamos a liar más) topan con el resultado, pulpos evolucionados que también han conquistado el viaje espacial y no se acaban de fiar de quienes les dieron ese empujoncito vía manipulación genética. El reto vuelve a ser el mismo: el titánico esfuerzo para conseguir que una especie con lenguaje oral y otra que se comunica a través de la superficie de su cuerpo lleguen a colaborar.

Nayler no ha leído a Tchaikovsky para "mantener un cortafuegos" que no le influya. Pero sí ha preferido absorber los conceptos de ensayos como 'El alma de los pulpos: conoce a la criatura más sorprendente del planeta', de Sly Montgomery (Seix Barral) u 'Otras mentes. El pulpo, el mar y los orígenes profundos de la consciencia', de Peter Godfrey-Smith (Taurus). Lecturas básicas sobre el tema, aunque quizá a efectos populares haya tenido más impacto el documental 'Lo que el pulpo me enseñó', en que el buceador y cineasta Craig Foster filmó un año de relación emotiva con una hembra de pulpo en un bosque de algas en las aguas de Suráfrica. Pero para desarrollar empatía (hasta llegar a protestar contra las granjas de pulpos de Pescanova) no es necesario llegar al nivel de intimidad de Craig Foster. "Cada vez reconocemos que la mayoría de los animales son seres que sienten. No son una máquina. Debemos comenzar más en que nuestra inteligencia es solo una variedad más de inteligencia de las que existen en la Tierra", reflexiona el autor de 'La montaña en el mar'.

La historia de Foster acaba mal: su pulpa muere al cabo de un año, como le corresponde. Ese es precisamente el obstáculo para que los pulpos lleguen a desarrollar realmente una civilización, su cortísima esperanza de vida que los condena a vivir en solitario. Lo que obliga a relativizar de qué son capaces en la realidad (no en la ficción, donde extender su longevidad ayuda a efectos narrativos) y qué no. "Tienes que imaginar -propone Nayler- que cada ser humano aparezca en un bosque, sin ningún contacto con otros seres humanos y con solo dos años para aprender a vivir. El pulpo hace esto. Flota en la corriente oceánica después de salir del huevo hasta que se hunde hasta el fondo y ha de empezar a sobrevivir. Sin ninguna transmisión intergeneracional de conocimiento, pero no solo por instinto, porque cada pulso se adapta a sus circunstancias. Si van a parar a un área arenosa pero donde los humanos parten los cocos por la mitad, se los llevan y los utilizan como refugio. ¿Somos nosotros lo suficientemente inteligentes para entender esta inteligencia? Veríamos qué serían capaces de hacer si pudieran transmitir su cultura de una generación a otra, romper esas barreras biológicas y formar una sociedad". 

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