DISCO DE LA SEMANA
PJ Harvey fascina cantando a la vida y la muerte en ‘I inside the old year dying’
La cantante británica brinda un cancionero envolvente y ensoñador en torno a la transformación interior, con sonoridades orgánicas y electrónicas, y puntos de anclaje narrativo en su localidad natal de Dorset
Jordi Bianciotto
Periodista
Después de tenérselas con la historia de su país (‘Let England shake’, 2011) y ampliar su mirada hacia los más calamitosos paisajes de Afganistán, Kosovo y el Washington gentrificado (‘The hope six demolition project’, 2016), Polly Jean Harvey aplica el microscopio a un imaginario que le transmite tanta familiaridad como intriga: el condado de Dorset, donde nació y creció. A través de un personaje fantasmal, la niña en tránsito a la adolescencia, hurga en la memoria y entreabre las puertas a un lugar mágico y convulso, poéticamente situado entre la vida y la muerte.
Puede sonar a temario severo, pero así ha sido siempre el modo de hacer de Harvey, artista poco capacitada para la ligereza. ‘I inside the old year dying’ [se publica este viernes 7 de julio] te enreda con su lenguaje ancestral y con el relato en torno a esa criatura llamada Ira-Abel Rawles, sumida en su proceso de pérdida de la inocencia. “Mira hacia adelante y hacia atrás / a la vida y la muerte, ambas entrelazadas”, canta PJ Harvey en la pieza de apertura, ‘Prayer at the gate’, transformando la serenidad en gemido lastimero, sobre una neblina de electricidad estática e interferencias chirriantes.
El espectro de Elvis
El cuerpo lírico del álbum procede de ‘Orlam’, el libro de poemas surrealistas que Harvey publicó el año pasado, escrito en un inglés de Dorset rico en vocablos que son extraños para los propios anglohablantes (tanto, que se publicó una versión de la obra en lengua estándar). Textos que ahora crecen con el roce de guitarras cristalinas y flotantes ‘drones’ electrónicos, maderas que rechinan, percusiones silentes y el griterío de los niños a lo lejos. El álbum, elaborado junto a cómplices como John Parish y Flood, transcurre como un sueño, y a la vez sientes sus raíces, y los crujidos misteriosos de la vida forestal, y el peso de la historia: el espectro del soldado de la guerra civil inglesa que asoma en ‘Lwonesome tonight’, alusión del despertar sexual a través de la invocación de Elvis Presley.
Este no es un álbum de monólogos volcados hacia adentro, ni de mantras, sino de canciones: ‘August term’, con su pulso folk ritual, y la tenebrista ‘The nether-edge’, y por encima de ambas, ‘A child question, August’, con esa tonada conmovedora envolviendo la súplica amorosa, y la cálida ‘I inside the old I dying’, espejo de la mutación anímica: “desprendiéndome de mi piel infantil / me escurro a través del bosque”. Y cerrando, ‘A noiseless noise’, con esa percusión marcial.
Otra obra álgida de una PJ Harvey que hace mucho se apartó de lo predecible, de brindar al mundo sucesivas copias de sí misma. Álbum distanciado de la denuncia y de la pulsión de rendir cuentas, que nos habla de algo muy distinto, la transformación interior, como desliza el título, encarnando lo viejo con vistas a ese momento en que muere (y renace).
OTROS DISCOS DE LA SEMANA
Kelly Jones, timonel de los galeses Stereophonics, estrena alianza paralela con el dúo tejano filo-country The Wind and The Wave alumbrando un cancionero aromático y fuera de tiempo, que combina la balada acústica, el rock con fondo ‘roots’ y la pincelada orquestada. Es fácil dejarte envolver por esas armonías vocales trenzadas en torno a la voz de Patty Drew, y más si tenemos entre manos tonadas purificadoras como en ‘Screaming Hallelujah’ o ‘Let’s turn this back around’. J. B.
Hay algo pop en las composiciones del batería Pep Mula. Con todos sus detalles y sus matices, que los tiene, son como canciones. Concretas, melódicas. Sencillas en el mejor de los sentidos. Y su quinteto, que incluye al exquisito guitarrista Jordi Matas -El petit de Cal Eril, Núria Graham, Ferran Palau- sabe cómo habitar ese espacio entre el jazz y el pop. Luminoso y diáfano, con un arranque y un final muy emotivos, 'Elixir' sigue, a su manera, la senda que abrió Brad Mehldau hace veinte años con el irrepetible 'Largo'. Roger Roca
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