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Kate Darling en su conferencia del Sónar +D. / EPC
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Leticia Blanco
Coordinadora de Cultura y Ocio
Periodista de la sección de cultura. He trabajado en El Mundo, donde coordiné durante una década el suplemento de cultura emergente Tendències.
Si hay alguien capaz de analizar con rigor y sin fatalismo tecnófobo la actual obsesión por la Inteligencia Artificial, esa es Kate Darling (Rhode Island, 1982), investigadora en el MIT, experta en ética robótica y una de las grandes divulgadoras sobre las sorprendentes relaciones entre humanos y máquinas que este viernes ha sido una de las invitadas estrella al Sónar+D. Darling, vaya por delante, es una fanática de los robots (“¡Son mi cosa favorita del mundo!”) y la prueba es que lleva media vida dedicada a investigar “qué pasa cuando coges la tecnología y la pones en manos de la gente en su vida diaria”. “Mi conclusión es que la gente suele tratar a la IA como si fuera un ser vivo, pese a que muchos digan lo contrario”, explica.
El ser humano, explica Darling, tiende a empatizar con el movimiento por una cuestión evolutiva y suele encariñarse con las máquinas que tiene más cerca, incluso cuando su aspecto no es antropomórfico. Un ejemplo: el 80% de dueños de una Roomba le ponen un nombre a su aspiradora, como si fuese un animal de compañía, y sienten lástima por ella cuando se queda atascada. Según el fabricante, cuando se estropean y se les ofrece la posibilidad a los clientes de reemplazarla por un aparato nuevo, muchos se niegan a deshacerse de su vieja aspiradora: “Oh, no, queremos que Mary vuelva a casa con nosotros”, responde más de uno.
“Nuestra relación con los robots también tiene algo de generacional”, reflexiona. “Todos hemos visto las películas de ‘Star Wars’ y nos acordamos del simpático R2D2 cuando vemos un robot en acción. La influencia de la ciencia ficción en la cultura pop tiene mucho que ver. Para las nuevas generaciones, la IA será un artefacto más”, pronostica.
La conclusión es que la empatía que sentimos como seres humanos influye en cómo tratamos a las máquinas y que eso debería de ser visto como algo bueno, no malo. Darling lo comprobó con un experimento realizado en 2017 con unos pequeños robots en forma de dinosaurios bebés de lo más adorables, programados para responder a las caricias, llorar y jugar. Después de una sesión de 45 minutos de juego, se instó a los participantes del experimento a destruirlos con un hacha. Ninguno fue capaz (algo que no pasó con los robots-cucaracha), y algo parecido sucede con los robots anti explosivos que suelen acompañar al ejército, a los que los soldados conceden medallas de honor y ‘funerales’ cuando ‘caen en servicio’. “Tendemos a ser amables con los robots, no podemos evitarlo”.
“El ser humano tiene una tendencia innata a encontrar emociones humanas en seres que no lo son, igual que los dueños de perros que creen que sus mascotas se sienten culpables cuando han hecho algo malo, pese a que no es una emoción que los perros puedan sentir”, explica Darling.
Nuestra obsesión por compararlo todo con nosotros nos lleva a hacerlo también con la IA, aunque la inteligencia humana no tenga nada que ver. “Hacer que la IA sea humana no debería ser nuestro objetivo porque la IA es capaz de hacer cosas que nosotros no podremos hacer jamás, igual que los animales”, afirma Darling. “El ser humano ha usado a las palomas como mensajeras, a los canarios en la mina, a los delfines como detectores de submarinos”, enumera Darling, una de las pocas personas que, por cierto, se ha bañado con un robot en forma de delfín de la empresa Edge Innovations diseñado para recrear la experiencia sin maltratar a ejemplares en cautividad.
Pero los robots, al contrario que los animales, son capaces de contarle nuestros secretos a los demás. “Mi preocupación no es un robot pueda acabar siendo tu compañero sentimental, sino que ese robot pueda compartir información comprometida de tu vida sexual”, desliza Darling, que aboga por usar la tecnología de forma responsable. “Cuando veo a un niño siendo amable con una aspiradora pienso que ese es un sentimiento no deberíamos erradicar. Los robots no determinarán el futuro, nosotros lo haremos”.
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