Otro archivo que pierde Barcelona

Ferrater, ¿qué haces en Madrid?

Las mujeres traviesas del fotógrafo de moda barcelonés José Manuel Ferrater se mudan al Museo del Traje de la capital, igual que hicieron antes los archivos de Carmen Balcells o Agustí Centelles

El Ministerio de Cultura y Deporte ha desembolsado 200.000€, una cantidad que Clara Berástegui, Jefa de Documentación del Museo del Traje, tilda de "generosísima, muy por debajo de lo que realmente vale su obra" 

Fotografía para Big Magazine. “Bird”, 1991. José Manuel Ferrater

Fotografía para Big Magazine. “Bird”, 1991. José Manuel Ferrater / Made using TurboCollage from www.TurboCollage.com

Blanca López Fiñaga

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“Buscando casa. Me he ido al Museo… del Traje”. José Manuel Ferrater (Barcelona, 1948) no es el primer autor catalán cuyo legado acaba en Madrid: Carmen Balcells, Agustí Centelles, la mitad de la obra de Dalí… Él le quita hierro al asunto: “Solo soy un fotógrafo de moda”. Y como tal, le entusiasma que sus 200.000 fotografías y filmaciones, fruto de una carrera de 54 años en la industria de la moda, descansen junto a la obra de los más grandes diseñadores de moda del país. “Con los míos, Balenciaga y compañía. Sí, pon eso —sonríe ladino—. Sin ellos yo no existiría como fotógrafo. Ha sido mi materia prima”. 

Ferrater abre la puerta descalzo, de azul marino, con un cigarrillo raro en la mano —un Ome Ultralight, aunque “no fuma”—. En su dedo anular, un rubí y un topacio. Ferrater es un dandi. Lo era ya en la adolescencia, cuando su rabia por una niñez absurda muta en una rebeldía pausada, hasta entonces latente, esperando el punto de fuga. El origen de todo. Risueño, recuerda que le detuvieron, a finales de los 60, por vestir un tres cuartos de estampado militar: “Aquel día iba hecho un cristo, con un pañuelo rojo anudado al cuello y unos mocasines Sebago. Me llevaron a la comisaría Conde del Asalto, la peor de Barcelona. Aquello era como un vodevil. Divertidísimo…”. 

Ferrater habla, crea y respira tanteando la fina línea que separa la realidad del delirio. Hay que interrumpirle para que baje a tierra firme. “¿Por qué el Museo del Traje?” es la pregunta formal, aunque trae cola: “¿En Madrid?”. Lo resuelve sin pensarlo mucho: “Vi gente feliz, enamorada de su museo”. No parece esquivo. Eso sí, de política, ni hablar. Tampoco mira atrás. “El día que me muera, quien me busque, me encontrará en el Museo del Traje… sobando —se carcajea—. Sé que me cuidarán bien y conocen mis caprichos. Han peleado por el archivo. Lo aman, lo necesitan y lo valoran”. 

Tanto, que el Ministerio de Cultura y Deporte ha desembolsado 200.000€. Casi nada, aunque según Clara Berástegui, Jefa de Documentación del Museo del Traje, la de Ferrater “fue una oferta generosísima, muy por debajo de lo que realmente vale su obra”. 

Cultura  fotos de gabriel ferraté para un reportaje Fotografía en sesión libre en Paloalto, 1991.  Modelo_ Montana.  José Manuel Ferrater  Colección Museo del Traje, Madrid

Una de las instantáneas de Ferrater que ya atesora el Museo del Traje de Madrid. / Joan Manuel Ferrater

Al fin y al cabo, este icono septuagenario es uno de los faros de la fotografía de moda en España, en todo el mundo. “Ha estado siempre ahí, se supiera o no su nombre —incide Berástegui—. Es muy conocido, claro, dentro de la industria de la moda, pero es que el público general también reconoce sus fotos. Dicen ‘ah, ¡sí! ¡Me acuerdo perfectamente de esa campaña!’. Se nos ha quedado clavado en la retina. Eso es Ferrater.” 

De ser expulsado de los jesuitas por poner una bomba de sodio en el lavabo y rebotado de Agronomía, recaló en EINA. Y de ahí, a trabajar para las cabeceras más importantes de la moda (Vogue, Harper’s Bazaar, Glamour, Big Magazine, Donna y Mondo Uomo, entre otras), a dirigir spots publicitarios para prestigiosas firmas (entre las que se encuentran Armand Basi, Nike, Lacoste, Loewe) y a ser apodado “el fotógrafo de las Top”. Linda Evangelista, Claudia Schiffer, Cindy Crawford, Naomi Campbell, Laetitia Casta, Amber Valletta, Nieves Álvarez... Todas se enfrentaron a su mirada depredadora. 

La primera es una de sus predilectas, relata: “En nuestra primera sesión, estaba tan entusiasmado por conocerla que cuando fui a presentarme, ella en peluquería, le dije ‘¡hola, Linda!’ y la sepulté en un abrazo. Se apartó a los segundos y con una vocecilla, dijo: ¡My nails…! ¡Acababan de pintarle las uñas y estaba todo el pintauñas en mi camiseta! Tenía una fuerza cristalina, Linda…”.

En la fotografía de Ferrater, las mujeres están vivas, son salvajes: se tronchan de risa, saltan, vibran. El hombre tras la cámara no sabría definir su estilo. Tampoco le gusta esa palabra, ‘estilo’. “No sé. A mi manera, balas que exploran el paisaje”, suelta. Como en su fotografía, no especula. Sí tiene claro lo que no es: “No he sido un estilista de la luz. La luz es solo un útil más para afinar el disparo”.

El hombre fotógrafo, el cavernario, es atávico. “Él dice que lo más importante es la fuerza y nunca se queda atrás —comenta Berástegui, que cataloga el archivo del artista—. Es una fuerza de la naturaleza, una expresión continua de vida, de rebeldía, explosión, movimiento”. La colección de Ferrater dará vida a las prendas que se exponen en el museo. Allí reside alta costura, pero en quietud y silencio, en perpetua soledad. Al menos, hasta la irrupción de las mujeres traviesas del fotógrafo. Clara Berástegui habla rápido al otro lado del teléfono, sobrecogida por el archivo que tiene entre manos: “Además de contextualizar toda la indumentaria, la humaniza, refleja las tendencias de la historia de España entre 1971 y 2022”.

Ahora que ha cerrado su etapa de fotógrafo de moda, se dedica a escribir sus memorias. Ya tiene diez libretas de textos a lápiz. Dice haber encontrado la mina perfecta. “Quiero que mi libro sea genial”, confiesa. Tras cavilar un rato sobre su novela autobiográfica, un puzle de vivencias que desafía los límites de la lucidez y que espera ordenar “antes de morirse”, un vistazo al futuro. ¿Qué espera de su legado? Se le aniña la mirada cuando sonríe con picardía. “Que la bala les duela, y que cuando me entierren, escriban en mi lápida: ‘Aquí yace un gamberro’”. 

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