Crítica de cine
'Babylon', de Damien Chazelle: un monumento de cartón
Supuesta epopeya definitiva sobre Hollywood, la nueva película del director de 'La, la, land' está emborrachada de su propia ambición, sus virguerías estilísticas y sus excesos de fluidos corporales, cocaína y vulgaridad
Nando Salvà
Los primeros 10 minutos de ‘Babylon’ nos muestran una lluvia dorada, una orgía que pondría celoso a Calígula y a un elefante cuyo palpitante ano escupe heces en primer plano; y su final, al contrario, es un sensiblero videoclip como los que suelen llenar las galas de los Oscar para recordarnos el poder mágico del cine. Mientas recrea el caos y el vicio de los años del cine mudo y los contrasta con la asepsia y el control que la llegada del sonoro provocó, pues, el director Damien Chazelle pretende ofrecernos la epopeya definitiva sobre Hollywood, al mismo tiempo una fábrica de arte y de sueños y una orgía amoral de apetitos desenfrenados. En lugar de explorar esa interesante dualidad, eso sí, Chazelle prefiere entonar un himno ruidoso, vistoso y grandioso a su propio talento.
‘Babylon’, en efecto, es una película emborrachada de su propia ambición, sus virguerías estilísticas y sus supuestos excesos de fluidos corporales y cocaína y vulgaridad, que dedica más de tres horas a airear sus ínfulas mientras se limita a reciclar ideas y personajes arquetípicos que ejemplifican lo efímero y humillante que el estrellato puede ser. Y la mezcla de desenfoque y sobreexcitación que entretanto aqueja podrían entenderse como un reflejo del subidón de sus protagonistas de no ser porque a la vez es una obra demasiado calculada y por tanto carente de energía genuina, que se construye casi exclusivamente a base de referencias a directores a los que el director de 'La, la, land' aspira a parecerse -Tarantino, Luhrmann y, sobre todo, el Paul Thomas Anderson de ‘Boogie nights’-, y que en su clímax parasita a los clásicos en busca de la emotividad que es incapaz de generar por sí sola.
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