Crítica de 'Amèrica'

¿Quién tiene miedo del pasado esclavista de Catalunya?

Se estrena en la Villarroel el nuevo montaje de Julio Manrique que explora la relación de la sociedad catalana con el tráfico de esclavos, 'América', una bofeta que resuena en el espectador

Una escena de 'Amèrica', en la Villarroel.

Una escena de 'Amèrica', en la Villarroel. / Davis Ruano

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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España fue el último país europeo en prohibir la esclavitud en sus colonias, una vergüenza que se relaciona con el origen de algunas fortunas catalanas. Sergi Pompermayer ha querido hurgar en esta infamia en su texto 'Amèrica' que llega a la Villarroel con dirección de Julio Manrique. El montaje nos sienta en la mesa de una familia de clase muy alta, tanto que cuesta imaginar el tamaño de su riqueza. Reciben visita, el joven heredero (Marc Bosch) presenta a su pareja (Tamara Ndong), una mujer negra cuya presencia removerá el turbio pasado esclavista del linaje. La situación no tarda en desbordarse y los contrastes revelan que, en realidad, las cosas no han cambiado tanto como cabría esperar.

Una escena de 'Amèrica', en la Villarroel. 

Una escena de 'Amèrica', en la Villarroel.  / David Ruano

Como en las mejores obras de Albee, el alcohol sirve de lubricante para llevar las cosas hasta el límite. No encontraremos, en cambio, el fulgor sofisticado de una burguesía culta y brillante, al contrario, lo grotesco se abraza a la indecencia, un retrato de personajes que podría parecer caricaturesco si no tuviera una dosis tan alta de credibilidad. Los negocios habrán cambiado pero la lógica del enriquecimiento salvaje sigue podrida. A Joan Carreras le sienta muy bien el papel de villano, interpreta al padre de familia, obsceno empresario incapaz de ver más allá del beneficio. Mireia Aixalà vuelve a estar espléndida, otro personaje excesivo como aquel de 'Les tres germanes' que le valió un Max. Construye a la madre con una inducida ingenuidad: mejor beber y mirar a otra parte para no tener que afrontar la inmoralidad de su privilegio. 

Volvemos a disfrutar del ritmo trepidante que Manrique imprime a sus direcciones, también del trabajo de detalle de las interpretaciones, por más que el reparto no acabe de estar del todo equilibrado. Más allá de los protagonistas, la obra avanza también con grandes secundarios. Carme Fortuny interpreta a la abuela, su demencia actúa de catalizador, memoria silenciada que emerge en los momentos menos oportunos. Aida Llop, por su parte, es la esencia del montaje, su personaje de criada da la dimensión actual de una clase social que ha cambiado esclavos por asalariados. 

'Amèrica' atrapa y convence, su bofetada resuena y desmonta con puntería la falta de lógica de los discursos de la acumulación. Interesan algo menos los 'flashbacks' al pasado colonial, por más que acaban de subrayar los paralelismos con el presente. También la sucesión de finales encadenados resulta densa, cierre de tramas que deja temblando la tan lograda verosimilitud.

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