Opinión | Periféricos y consumibles
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
Javier García Rodríguez
Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo
En tenis o en lo otro
Me pilló la retirada de Roger Federer en Lausana, territorio olímpico. Un congreso sobre reescrituras, 'remakes' y ficciones expandidas. Andábamos liados dándole vueltas a la metaficción en el ámbito hispánico cuando alguien comentó la noticia en el francés de los suizos, que es un francés sin crema, pero con relleno nórdico. No interesó mucho la noticia entre los universitarios europeos, ni siquiera cuando la despedida del tenista de Basilea comenzó a circular en la koiné que nos permite pedir una burger en Iowa, una hamburger en Munich, una cangreburger en la mar mediterránea o un guóper en la Ría de Arosa y ríase la gente. Tampoco cuando la armada invencible, los hispanos, la roja, la rojita y sus hipóstasis en la asamblea congresual comenzó a derivar sus ficciones hacia los partidos épicos -decían épicos por acomodo grecorromano-, las batallas campales, los enfrentamientos históricos entre el suizo y la ensaimada de Rafa.
El descanso en las sesiones congresuales está regulado por la Convención de Grenoble. Y nada impide que allí, entre zumos de tetrabrik, aguas con gas, café poco cargado, pastas de té y chocolatinas, se hable de esto y de aquello, de lo divino y lo humano, del abrazo florentino y del mítico enfrentamiento entre dos caballeros del deporte mundial. Adujo cada cual sus filias y sus fobias tenísticas en el coffee break (un García, no yo, despotricó contra Nadal y no guardó la ropa), acarreó quien más quien menos sus recuerdos televisados de torneos master mil o grand slam. Se dijo allí tierra batida, hierba, pista dura; los más duchos soltaban, quizás a voleo, asfalto, arcilla (también arcilla azul), polvo de ladrillo, césped, moqueta, cemento, plástico, porque el gremio de la metaficción es practicante del deporte del tenis y, en su defecto, del pádel cuando comienzan a fallar la forma física. Alguien dice, sin gracia, Cincinnati.
Apartado del grupo, después de repasar los momentos estelares -eso cree él- de su conferencia matinal o lamiéndose las heridas por una intervención poco vistosa, un ponente sin más, un quídam, un who, un fulano con ansias de plenario, echa mano de su memoria y recuerda los partidos vistos de niño en televisión con el padre que ya no está. Ya no importa Nadal ni la retirada de Federer. Ellos ya tienen a quien ha narrado sus batallas, ellos ya tienen a su Homero particular desplegando sus hazañas, relatando sus heridas. Nadie como David Foster Wallace ha escrito sobre el tenis y sobre sus héroes, sobre sus sudores y sus reveses, sobre sus adversidades y sus sufrimientos. Y se pregunta el ponente quién escribirá sobre la memoria de los ausentes.
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