Crítica de música

Mishima, canciones ganadoras en el Poble Espanyol

El grupo barcelonés desplegó el refinado pop de madurez de 'L'aigua clara', su primer álbum en cinco años, dentro del ciclo Cruïlla XXS

Mishima

Mishima / FERRAN SENDRA

Jordi Bianciotto

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Cuando un grupo ya no es la novedad del momento, y ha dejado también atrás el tiempo del aniversario con cifra redonda, queda la música sin mayores trucos. Ahí está Mishima, que tras festejar sus 20 años de andanzas vuelve a publicar otro disco sobresaliente, ‘L’aigua clara’, ahora con menos aparato rock, con más filigrana instrumental y peripecia literaria, rearmado a su adulta manera para afrontar el circuito escénico de verano, como pudimos comprobar este viernes en el Poble Espanyol dentro del recuperado ciclo Cruïlla XXS.

David Carabén hizo notar que las canciones de un nuevo álbum llegan a tardar unos seis meses en ser asimiladas (y cantadas) por el público, y las de ‘L’aigua clara’ no parecen ser la excepción, dado que son las más sutiles del catálogo de Mishima. El grupo apostó por el disco con determinación (ocho de los once temas), y ahí pudimos paladear su grado de refinamiento, en la metacanción de apertura ‘El gran lladre’, donde Carabén ironiza con sus capacidades como autor a cuenta de las tribulaciones sentimentales, en el trayecto casi sinfónico de ‘Por de mi’ (con el violoncello de Núria Maynou) y el simpático despliegue pop de ‘Cotó’, una pieza que, dice él, refleja una negociación con la nostalgia.

Ausencia de Marc Lloret

Mishima llevó más lejos su cabe su viejo ideal de ‘ordre i aventura’ en un hermoso cancionero de claroscuros y meandros, ni soleado ni atormentado, en el que afloran pasajes instrumentales que vienen a extender y culminar aquello que Carabén desarrolla en los textos. Levantó su minuciosa arquitectura aun encajando una importante ausencia, la del teclista Marc Lloret, que estos días está tratándose de un cáncer. “Todos nuestros pensamientos están con él”, le dedicó emotivamente el cantante. La plaza fue cubierta con pulcritud por Bernat Sánchez, músico del que constan sus méritos con Mine! y junto a Joana Serrat.

Estas canciones transmitieron una embelesada admiración en el Poble Espanyol, si bien, por su naturaleza templada (con excepciones como el trote en ‘crescendo’ de ‘Sé que ets tu’), no podían procurar ese ‘punch’ invasivo de los conciertos de Mishima, con sus estribillos rituales y el volumen guitarrero de Dani Vega. Para construir las escenas de intensidad febril, el grupo recurrió a sus números antiguos ‘king size’: la secuencia de ‘Tornaràs a tremolar’ y ‘La forma d’un sentit’, en el ecuador de la noche, y el tramo final que fue de ‘La tarda esclata’ a ‘Tot torna a començar’. En la glorieta de la plaza se pudo ver a la madre de Carabén, Marjolin Van der Meer, y a Pep Guardiola, amigo de la familia, participando del prodigio de ver al artista pop en su momento de sereno esplendor, allá donde la música habla por sí sola.

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