Crítica de cine
'El sastre de la mafia': Mark Rylance es el rey de la función
La película de Graham Moore no pretende trascender la noción del teatro-filmado en una historia que es puro artificio y que se salva por el magnético trabajo del notabilísimo actor
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Mark Rylance es, efectivamente, el rey de esta función. Él sostiene toda la película pese a que hay tres personajes más de cierta entidad. Teniendo en cuenta que se trata de una suerte de pieza teatral filmada dentro de una sastrería de Chicago, en 1956, y que la acción acontece durante una sola noche, la carpintería del teatro se nota por todos los costados de la película. No hay intento de trascender en ningún momento la noción del teatro-filmado. Si el texto no es nada del otro mundo, lo que acaba importando es la actuación. Aquí, el acierto total es contar con el camaleónico Mark Rylance, actor notabilísimo, aunque sin la cotización de estrella. Afortunadamente. No echemos a perder su ductilidad, pausa, capacidad para sugerir tanto con los silencios y otras muchas virtudes que atesora el actor de ‘Mi amigo el gigante’ y ‘El puente de los espías’.
En ‘El sastre de la mafia’ muestra una de sus facetas habituales, la del individuo apesadumbrado, en apariencia anónimo y gris, que acaba moviendo los hilos de la trama desde el sigilo y la contemplación. La historia gira en torno a una cinta con una grabación comprometedora para una banda de gánsteres. Graham Moore, el director, puede haberse inspirado en el Hitchcock de ‘La soga’ –un arcón juega en ambos filmes una función especial–, pero la historia es puro fuego de artificio salvada por el magnético trabajo de Rylance.
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