Crítica de teatro

'Patatas fritas falsas': el aguilucho contraataca

El teatro contestatario de Agnés Mateus y Quim Tarrida desembarca en el TNC con una denuncia rabiosa del nuevo auge del fascismo

Patatas fritas

Patatas fritas

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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A diferencia de otros países de Europa, nuestro fascismo español no fue un aperitivo antes de la comida, no, fue una de esas comidas copiosas y grasientas que duran horas, en concreto cuarenta años. La imagen aparece en un texto de la compañía El Conde de Torrefiel que después repitieron en su debut José y sus hermanas. Otra formación clave para entender el panorama más rebelde de Barcelona también se ha puesto a vueltas con eso que llamamos franquismo sociológico. Para su salto a la oficialidad del TNC, Agnés Mateus y Quim Tarrida se inyectan los anabolizantes de la rabia sorda, denuncian el miedo burgués y otras pústulas de una sociedad que inventa eufemismos para tapar lo evidente: el fascismo ha vuelto y se pavonea orgulloso por los parlamentos. 

Violencia, el eje sobre el que han pivotado las anteriores propuestas del dúo, la de estado en 'Hostiando a M' y la machista en 'Rebota, rebota y en tu cara explota', esta última giradísima y merecidamente premiada. La denuncia del nuevo 'Patatas fritas falsas' era un paso natural con la que está cayendo, con este clima enrarecido de escalada verbal e ideas retrógradas que vuelven a campar a sus anchas. Por eso, nada más subir el telón, nos descoloca la presencia descomunal de una bandera con el aguilucho franquista, reiterativo ondear que nos refresca la pila de años que el trapo fue oficial. Mateus irrumpe después con su desparpajo de monologista deslenguada, humor corrosivo, one-woman show de energía desatada, como emergida de un baño de testosterona: "dejad de pensar", nos grita con rabiosa chulería. 

Insolencia y artesanía

Con un ritmo medido que va de la reiteración inicial hasta la estampida final, se suceden los números a modo de cabaret performativo, con canciones, ventriloquía y paseos entre el público como la vedete que escala desde las salas alternativas hasta la pluma del gran teatro oficial catalán, espacio que nos dibuja como un mausoleo vacío y hueco. Insolencia y artesanía, en el estilo aparentemente casual se esconde mucha técnica y tablas para domar cualquier imprevisto. También se reconocen otras herramientas de la heterodoxia posdramática clásica, incluida la furia destructora de la Fura dels Baus y la sorna cínica de Rodrigo García. Pero a diferencia de sus maestros de tendencia nihilista, Mateus y Tarrida apuntan con concreción desafiante, denunciando con apellidos como algunas grandes fortunas locales hunden sus raíces en la dictadura, o recordando el famoso exabrupto de Pepe Rubianes sobre la unidad de España que le costó una persecución judicial. Dramaturgia en la frontera de la libertad de expresión. 

El desafío textual se compensa con economía escenográfica, pocos elementos pero muy potentes para que vayamos cociendo nuestras propias lecturas. Destaca la presencia inquietante de esa lavadora del fondo del escenario cuyo sonido insistente nos recuerda que, por mucho que las lavemos, algunas ideas serán siempre lo que son, fascistas

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