Hotel Cadogan

La espiritista melancólica

Dos libros revelan la vinculación de esa disciplina esotérica con temas como el sufragismo, la abolición de la pena de muerte o la enseñanza laica

amalia

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Olga Merino

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Para aprovisionarnos de buenas lecturas, esta quincena le ha tocado en suerte salir de librerías a la costurera del hotel, una chica muy pálida y flaca, de melena casi prerrafaelita, que zurce la seda con la diligencia silenciosa de las arañas (los batines que usan nuestros huéspedes suelen raerse por los codos lectores). Como salió sin rumbo fijo, la más sabia forma de caminar, la muchacha, apellidada Seamstress, descubrió sin pretenderlo un rincón muy especial: en la librería Finestres, a la derecha según se entra, en un modulo de estanterías bajas, se esconden unas cuantas baldas dedicadas a ensayos sobre demonología, fenómenos extraños, brujas, vampiros y otras criaturas de lo oscuro, una cuidada selección de las libreras Mireya Valencia y Àura Perelló. Ya sabe el improbable lector que en el Cadogan nos succionan la sesera el misterio, lo ‘numinoso’, las mazmorras de lo incomprensible.

Tras el hallazgo, regresó la costurera con dos libros la mar de interesantes: Espiritistes i lliurepensadores (El Fil de Ariadna), de la historiadora Dolors Marín, y una breve biografía de la escritora y periodista sevillana Amalia Domingo Soler (1835-1909), escrita por la investigadora de la Universidad de Granada Amelina Correa Ramón y publicada por Archivos Viola.

No deja de ser curioso que el espiritismo haya acabado convertido en una caricatura, en el entretenimiento tópico y esotérico de los burgueses en las películas victorianas, con mesas que levitan o hablan y médiums que invocan a espíritus de difuntos en ‘seancées’ turbulentas o mediante el tablero de la güija. “¡Espíritu, manifiéstate!”. El viento de la historia ha silenciado que los espiritistas finiseculares abrazaron a menudo las reivindicaciones de las sufragistas, la enseñanza laica, la abolición de la pena de muerte o el matrimonio civil. Abundaron las mujeres entre los espiritistas, tal vez porque el movimiento abría una ventana al aire puro frente a la asfixia impuesta por el catolicismo. La misma Amalia Domingo Soler se lamentaba del atraso del país, que atribuía en buena parte al papel de la iglesia católica: “¡España! ¡Pobre país! Duerme tu sueño cataléptico hasta que no se cumpla tu expiación”.

Domingo Soler tuvo que ganarse el sustento como costurera, a pesar de sus problemas de visión, que le atormentaron hasta el fin de sus días en la efervescente Barcelona. La lucha de una mujer sola en el siglo XIX. Su cuerpo desencarnado reposa en el cementerio de Montjuïc.

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