EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica de los 'Diarios' de Chirbes: como un cuadro despojado de Bacon
Las confesiones póstumas del escritor son implacables tanto para sí mismo como para los demás
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Rafael Chirbes. / ARCHIVO
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Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
En julio de 2009 la revista ‘Eñe’ invitó a Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna, 1949–2015) a compartir algunas páginas de sus diarios íntimos, ofrecimiento que aceptó con reparos: «Se quiera o no, una cosa es escribir a vuela pluma en cuadernos que tienen vocación de combustible para el fuego literario […] y otra muy distinta, hacerlo para el público». Enfrentado, pues, al dilema que ya se había planteado Gombrowicz—«¿para quién escribo? Si es para mí, ¿para qué va entonces a la imprenta? Y si es para el lector, ¿por qué finjo dialogar conmigo mismo?»—, al escritor valenciano no debió de desagradarle el tanteo experimental en ese y otros medios, pues en algún momento decidió comenzar a ordenar los diarios, pulirlos con vocación de estilo y testamentaria, dejar el material dispuesto para la publicación después de su muerte. Al cabo, como afirma el profesor Fernando Valls en uno de los dos prólogos de la edición, el texto resultante es un magnífico «regalo» para sus lectores, los albaceas huérfanos de su legado.
De este primer tomo de 'Diarios. A ratos perdidos 1 y 2’, que abarca dos décadas, desde 1984 hasta 2005, cuando el escritor ya ha cumplido 57 años, emerge una voz doliente, un grito, el desgarro de un ser humano desnudo, enfrentado a su soledad y sus contradicciones. No escatima honduras.Un intento de suicidio en la adolescencia y el acecho de la depresión.Los oscuros laberintos del sexo y la relación caníbal con François. Las noches de alcohol, cigarrillos y coca que no aplacan la comezón incesante. La lenta inmersión de la madre en la demencia senil. Las dudas como creador («…esa idea de que puedo llegar a ser escritor es una fantasía de ególatra»). La arraigada conciencia de clase, el desengaño político. La dentadura postiza en el vaso y las servidumbres del cuerpo. Tanta carne habita en el libro, tanto sudor y pellejo, que en ocasiones semeja un cuadro de Francis Bacon, a quien Chirbes tanto admiró por su respeto a la tradición pictórica y por la tozudez, como la suya, en seguir representando la totalidad del mundo.Aunque la implacabilidad consigo mismo legitima a Chirbes para disparar muy de vez en cuando algún un perdigonazo contra la obra de escritores conocidos, siempre argumentado, la almendra preciosa del libro no radica ahí ni de lejos, sino en su alto voltaje literario.
En la segunda parte de los diarios, que arranca en 1995, el autor parece sufrir cierta transmutación, protegido tras algún velo de pudor, tal vez a consecuencia del paulatino reconocimiento público, aunque aún no había llegado la consagración que sobrevino con ‘Crematorio’ (2007) y ‘En la orilla’ (2013). En estas páginas gana en peso específico el Chirbes analítico, el mecánico que desmonta los engranajes y porqués de la novela, el agudísimo lector que le convirtió en un «novelista monumental», señala la escritora Marta Sanz en el otro prólogo. Un regalo, en efecto; un acto de extrema generosidad, pura verdad humana.
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