Director único

Leos Carax deja sin aliento con 'Annette'

El cineasta francés suma un musical deslumbrante a su escuetísima y divisiva obra

Leos Carax

Leos Carax / Valery Hache / AFP

Nando Salvà

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Dado que la música siempre ha sido un elemento fundamental de su cine -algunos de los momentos esenciales de sus películas incluyen canciones de David Bowie, Iggy Pop y Kylie Minogue- y que su método artístico se basa en el tipo de extremismo romántico que solo puede expresarse adecuadamente a través de rimas y estribillos, resulta chocante que Leos Carax haya dejado pasar casi 40 años de carrera antes de dirigir un musical. "Lo que más lamento de mi vida es no haber logrado ser compositor ni cantante; lo intenté, pero no era lo suficientemente bueno", confesaba el francés hace unas semanas tras inaugurar el Festival de Cannes con 'Annette', que además es su primera ficción hasta la fecha rodada en inglés y solo la segunda que no urdió en solitario; por lo demás, eso sí, es tan suya -tan estilizada, y extrema, y desconcertante, y arrebatadora- como el resto de su obra. 

La escribió a seis manos con Ron y Russell Mael, miembros del dúo californiano Sparks, con los que tiene en común varios rasgos autorales -quizá ninguno tan evidente como la búsqueda de la sinceridad emocional a través del artificio- y la capacidad excepcional para generar una adoración febril. Fueron los Mael quienes idearon la historia que en ella se cuenta y escribieron las canciones que la vehiculan, y al ritmo de las que Carax ofrece un deslumbrante catálogo de composiciones y movimientos de cámara. Eso, en buena medida, fue lo que le proporcionó el premio al Mejor Director en el certamen francés.

Romance apasionado y trágico

‘Annette’ se centra en el romance apasionado y trágico entre Henry (Adam Driver), un cómico que derrocha hostilidad tanto hacia su público como hacia sí mismo, y Ann (Marion Cotillard), una soprano que cada noche muere en escena para complacer a su audiencia. La creciente distancia entre ellos ya había empezado a ser problemática antes del nacimiento de su hija Annette, una niña única en más de un sentido, pero es tras este que el destino familiar se ve condenado por los efectos tóxicos de la fama y una forma de monstruosidad típicamente masculina.

Mientras eso ocurre, decimos, Carax conecta ‘Annette’ con la escuetísima obra previa que ha firmado desde que a los 23 años abandonó la crítica cinematográfica para ser inmediatamente proclamado heredero de Jean-Luc Godard y ‘enfant terrible’ absoluto gracias a ‘Chico conoce chica’ (1984). Esa ópera prima y su siguiente película, hipnótica mezcla de intriga criminal y fantasía futurista llamada ‘Mala sangre’ (1986), sentaron las bases de un estilo -basado en el gusto por lo onírico, la imaginación avasalladora, el lirismo exacerbado y las historias de amores alocados, imposibles y destructivos- que lo ha convertido en uno de los cineastas vivos más divisivos. "El público no es más que un grupo de personas que pronto estarán muertas. Me basta con complacer a una de ellas", afirma él al respecto de esa disparidad de opiniones.

Desaparición y resurgimiento

Su carrera se ha visto marcada por una mezcla de caos y tragedia similar a la que suelen experimentar sus personajes. Su tercer largometraje, ‘Los amantes del Pont-Neuf’ (1991), fue una de las producciones más ruinosas de la historia del cine francés antes de erigirse en objeto de culto; durante el rodaje, además, Carax hizo sufrir de tal manera a sus actores protagonistas, Juliette Binoche -su antigua pareja sentimental- y Denis Lavant -su alter ego en pantalla-, que ella lo acusó de sadismo y él dejó de hablarle durante 15 años. El posterior fracaso comercial de ‘Pola X’ (1999), coprotagonizada por la actriz Yekaterina Golubeva -su compañera sentimental y la madre de su hija Nastya-, llevó al director a desaparecer del mapa hasta que en 2012 resurgió con la magistral ‘Holy Motors’. Golubeva se había suicidado un año antes.

Resulta imposible contemplar ‘Annette’ y no encontrarle conexiones con esa traumática pérdida. Carax, además, dedica la película a Nastya, lo que parece convertir su metraje en una forma de disculparse con ella por haberle arruinado la vida. "Soy incapaz de hacer un cine que no hable de mí mismo", afirma el director acerca del valor terapéutico de su obra. "Y eso hace que mi trabajo unas veces me haya destruido y otras me haya salvado". Aún no es posible saber qué efecto le habrá causado ‘Annette’ a él, pero sí lo es describir el que tiene la capacidad de provocar en el espectador: es cine del que te quita el aliento, y que te deja sin él hasta mucho después.

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