Hotel Cadogan
Marsé, el fantasma del cine Roxy
Un homenaje íntimo recuerda al autor de 'Últimas tardes con Teresa' al año de su muerte
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Fantasmas y criados compartimos el don de la discreción. Siempre estamos al pie del cañón, pero solo se nos percibe cuando nos cabreamos, cuando se nos enredan los cables o la cadena que arrastra la bola. Somos de natural escurridizo. Por eso congeniamos tanto los unos con los otros, los únicos moradores de este Hotel Cadogan, donde aún andamos festejando la bienvenida a Juan Marsé. El autor de 'Últimas tardes con Teresa' apareció en la entrada disfrazado de demonio trabucaire, con su mirada melancólica y la «nariz garbancera», a lomos de un caballo alazán, mientras se escuchaba de fondo la banda sonora de esa peli que tanto le gustaba, 'Centauros del desierto' (John Ford, 1956), en concreto la canción titulada 'Rideaway' que suena al final; cabalga lejos, bien lejos. Como huésped de honor, se le ha construido una piscina en el jardín -nadar, escribir, nadar, escribir- y un cine de reestreno preferente debajo del tejado. Se atienden todos sus antojos, todos salvo uno.
Apareció Marsé en el hotel el domingo, con la puesta de sol, justo después del precioso homenaje que, organizado por la agencia literaria Carmen Balcells y el Ayuntamiento, se le rindió en el Carmel, en la biblioteca que lleva su nombre, al año de su fallecimiento. Un acto íntimo, con personas que lo quisieron y admiraron, un tributo sin estridencias, boatos ni paripés, como a él le habría gustado. Faltó gente; faltó un brindis en su memoria, porque el maldito covid sigue coleando.
El momento más emotivo lo protagonizó la hija, la también novelista y cuentista Berta Marsé. Llevar ese apellido sobre los hombros y ponerse a escribir es algo temerario, a menos que lo hagas desde la humildad, como es el caso, a menos que vengas ya de fábrica con una mirada inteligente sobre las cosas. Berta contó que, terminado el combate en el hospital, deshizo la bolsa con las pertenencias del padre y encontró una libreta con la siguiente anotación: «Si has amado, si te han amado, sabrás en la vejez que ese es el verdadero y poderoso lazo que te ató a la vida, el único que merece ser recordado». Silencio.
¿Que cuál es la plegaria no atendida? Pues bien, resulta que Marsé había imaginado una inscripción para su hipotética lápida -«Por fin soy el escritor invisible que siempre quise ser»-, y eso sí que no se le concede. ¡Ni hablar! La invisibilidad, no; en todo caso, aquí solo se permite la imperceptibilidad de las costuras, de la carpintería novelística, como bien aconsejaba el maestro.
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