Liceu

Por fin, los cisnes de John Cranko en Barcelona

El legendario coreógrafo sudafricano debuta en la ciudad con un ballet argumental, y lo hace de la mano del Ballet Nacional Checo

lago

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Pablo Meléndez-Haddad

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Parece increíble que una ciudad con la actividad cultural de Barcelona todavía no hubiese conocido un ballet completo de John Cranko, pilar de la danza neoclásica y una de sus voces más innovadoras. Su prematura muerte, en 1973, cegó un talento que en gran parte puede apreciarse en este ‘Lago de los cisnes’ de 1963 que ha podido verse en el Liceu y que llega renovado con un nuevo montaje del Ballet Nacional Checo estrenado en Praga el año pasado. Habría sido más revelador ver un Cranko ‘más suyo’, ese que desde Stuttgart y pasada su etapa británica impresionaba al mundo como ‘Romeo y Julita’, ‘Evgeni Onegin’ o ‘La fierecilla domada’, creadas para sus hoy legendarios Marcia Haidée y Richard Cragun. Pero son muy pocas las compañías -más allá del Stuttgart Ballet- autorizadas a incorporar sus obras a su repertorio.

En todo caso, este ‘Lago’ con el que el artista sudafricano por fin debuta en el Gran Teatre no es un mal ejemplo, ya que muestra el poderío creativo del malogrado coreógrafo. Aquí su trabajo es heredero de la tradición, sí, porque mantiene la trama y los momentos que el público espera -el orden de los pasos a dos, el mítico paso a cuatro-, pero la propuesta inequívocamente lleva su firma: abre todos los cortes habituales de la partitura de Chaikovsky, pasa del ‘happy end’ optando por la tragedia y relata esta aventura con nostalgia cargándola de detalles muy suyos.

Sorprende ver que, en medio de un paso a dos convencional, rompe dramáticamente la línea con un giro inesperado, con un torso que se rompe, con unas puntas que resbalan, con la utilización del vestuario como elemento expresivo. Su genial lenguaje hace que estos cisnes -muy bien vestidos por Josef Jelínek en este montaje diseñado por Martin Černý con cisnes voladores incluidos- tengan personalidad propia y que sus protagonistas se cubran de expresividad. Todo ello sin alejarse de la belleza coreográfica, con momentos magníficos como los de los cisnes en ambos actos -las escenas de conjunto y las del final son maravillosas- y, por supuesto, en los pasos a dos tanto del cisne blanco como del negro.

La exigencia coreográfica de las obras de John Cranko reclama una compañía de primera línea, tanto técnica como interpretativamente, y, sobre todo, muy cohesionada, y el Ballet Nacional Checo posee todo ello. Su cuerpo de baile es virtuoso y, si bien los solistas no eran superestrellas, sí que hubo magia en la interpretación de esa Odette/Odile electrizante de Ayaka Fujii, de brazos perfectos y giros vertiginosos -sus ‘fouettés’ resultaron impecables-, muy bien secundada por un vigoroso Giovanni Rotolo. La Simfònica liceísta, al mando de Václav Zahradník, aportó los ritmos precisos requeridos por coreógrafo y bailarines.

Bienvenido, John Cranko, a una Barcelona que no te ha hecho la fiesta que te mereces.