Crítica de cine
'Masacre: Ven y mira', la guerra como nunca antes fue filmada
Devastador y excelente filme sobre la locura que todo conflicto bélico entraña realizado en el 40 aniversario de la Segunda Guerra Mundial
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Han pasado 35 años desde el estreno de 'Ven y mira', una producción soviética realizada para celebrar el 40 aniversario de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. El cine de los años 50 producido en la antigua Unión Soviética tendía a la exaltación y a la épica heroica cuando hablaba del conflicto bélico. Pero a mediados de los 80, las cosas eran bien distintas. Ni épica ni heroísmo pueden rastrearse en esta película devastadora sobre la locura que toda guerra entraña. Más que celebrar la victoria sobre los nazis, el director Elem Klimov hizo una película sobre la irracionalidad de toda contienda. Cruda como pocas.
La acción acontece en los campos de Bielorrusia, en 1943. Tiene tres actos más o menos marcados: un primero de una cierta irrealidad absurda, un segundo de un realismo físico y cruel y un tercero, el más evidente, en el que se muestra de forma descarnada la barbarie cometida por los soldados alemanes al llegar a una población. Todo está contemplado desde el punto de vista de un adolescente: su progresiva pérdida de la razón es la de la sinrazón de la guerra, la que explora la película.
El segundo acto es el mejor. Abstracción y verdad en unos campos envueltos en densa niebla. Las detonaciones en el bosque, los lloros de las mujeres y el zumbido penetrante de las moscas que olfatean la muerte. Las ciénagas. Una vaca muerta por ráfagas de metralleta en la noche. La calavera sobre un palo adornado con un uniforme alemán: mediante arcilla y cabellos, un partisano convierte la calavera en el vivo retrato de Hitler.
Cierto que la parte final bordea el panfleto a través del histrionismo, no solo de los alemanes cometiendo sus crímenes en la población, sino en los encuadres y ángulos de cámara enfáticos que decide emplear Klimov. Pero el resultado, en su vandálico conjunto, es sobresaliente. No es una película sobre la conmemoración de la victoria, sino una crónica del horror, realizada cuatro décadas después de aquellos hechos con la intención de que no volvieran a repetirse. Lamentablemente, en otros conflictos, en otras geografías, no ha sido así.
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