EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica de "Invierno": todo se ilumina
La segunda entrega del 'Cuarteto estacional' de Ali Smith es un radiante homenaje a Dickens e incluso a Shakespeare
Sergi Sánchez
Crítico literario
Periodista cultural, colaborador de medios como 'Fotogramas', 'Rockdelux', 'Caimán Cuadernos de Cine' y 'La Razón'. Profesor de la Facultat de Comunicació Audiovisual de la Universitat Pompeu Fabra y jefe de departamento de Estudios Fílmicos en ESCAC.
En esta novela los fantasmas no han muerto, pero Dios sí. Diríase que Ali Smith cree en una dimensión extrasensorial de las cosas y del mundo, pero no necesariamente divina: o si no, como se explica esa cabeza de niño flotante cuál Pepito Grillo imaginado por Méliès, o ese trozo de paisaje rocoso que flota en el techo, levitando sobre un personaje, en una comida que podría ser trivial. Quizás estamos dando una imagen falsa de 'Invierno', la segunda entrega del 'Cuarteto estacional' de la escocesa Ali Smith. Es cierto que en su libro hay espacio para la deriva fantástica, aunque en la línea de ese 'Cuento de Navidad' dickensiano al que rinde tributo en sus constantes idas y venidas temporales, y en su, por qué no, relato moral sobre ese universo nuestro que, después del referéndum del Brexit y con la llegada de Trump a la presidencia, en pleno cambio climático, parece haber caído en un abismo que nos tiene enfadados y confundidos.
En las primeras dos páginas de 'Invierno' Ali Smith parece abrazar la memoria de su querida Virginia Woolf para, a través de la aliteración de lo que ha muerto (“El pensamiento había muerto. La esperanza había muerto. La realidad y la ficción habían muerto (…) La muerte había muerto”) y lo (poco) que sobrevive en el mundo (“La revolución no había muerto. El odio no había muerto”), convertir la historia de una familia en una comedia de los errores que Shakespeare habría aplaudido con ganas. 'Invierno' tiene algo de metatextual, no solo por evidenciar que forma parte de un proyecto mayor sino porque no esconde a sus modelos -a Dickens se le añaden el 'Cimbelino' de Shakespeare, e incluso la obra de la escultora Barbara Hepworth- ni tampoco sus ganas de jugar con ellos, de hacer malabares con el lenguaje y el tiempo, los auténticos protagonistas de esta heterodoxa novela.
Sophia es una matriarca descuidada y excéntrica, que celebra la Navidad sin tener en cuenta que debe cocinar para sus invitados. Iris es su hermana y su némesis, una activista que se ha dejado la vida luchando por causas justas y, a veces, perdidas de antemano. Art es el hijo de Sophia, tiene un blog, Art-e en Naturaleza, en el que sucumbe a la impostura del artisteo orgánico, ecológico y naturófilo, y se presenta en casa de su madre con Lux, a la que ha pagado una buena suma de dinero para que interprete el papel de falsa novia. Lux, lesbiana y espontánea, es el personaje más logrado de la novela, el elemento externo a una familia en descomposición al que Smith retrata como la portavoz de la verdad en un mundo de mentiras. Al contrario que el Terence Stamp del 'Teorema' de Pasolini, ángel exterminador que se introducía en la institución familiar para detonarla desde dentro, Lux parece encarnar la esperanza en una novela que, de otro modo, tan preocupada por la decadencia de la política y la corrupción de las ideologías, podría resultar disuasoriamente nihilista. Luego, claro, está la luz de la prosa de Smith, y todo se ilumina.
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