Crítica de cine
'Nuevo orden': el teatro de la crueldad
El director Michel Franco no deja títere con cabeza en este retablo violento de la sociedad mexicana
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
Más que cualquier otra película de Michel Franco, uno de los mayores valores del actual cine mexicano, ‘Nuevo orden’ es un acto de provocación. El director no deja títere con cabeza en este retablo violento de la sociedad mexicana. Ideológicamente pueden ser discutibles algunas de sus decisiones. Visualmente, tiene la fuerza de un puñetazo encima de la mesa. El viejo orden socio-político-económico se desangra, pero el nuevo orden que aparece en el relato no va a ser mucho mejor.
Filme menos distópico de lo que parece, cruel y nihilista, arranca durante la celebración de una boda de la alta burguesía mexicana. Fuera, en el exterior pobre y violentado del que los ricos nunca tendrán conciencia, la gente se subleva en las calles y mancha con pintura verde todo lo que encuentra a su paso. La madre de la novia abre el grifo del baño y el agua sale de color verde. Solo lo ve ella, como si fuera una pesadilla fruto de la tensión del momento. Pero es una señal de alerta para lo que después relata la película: una lucha de intereses, secuestros, corrupción y poder que lleva al país a un orden tiránico en el que nadie dice la verdad y los intereses individuales campan a sus anchas.
Franco siempre ha sido un cineasta consciente de la virulencia que pueden llegar a tener determinadas imágenes, algo que demostró, en otros registros dramáticos y genéricos, en títulos como ‘Después de Lucía’ y ‘A los ojos’. En ‘Nuevo orden’ explora otros recovecos de su país, de una ciudad siempre agitada como D.F. Se está convirtiendo en un autor incómodo como el franco-argentino Gaspar Noé, acicates de las mentes bienpensantes que a veces, no siempre, se pasan de la raya. Pero son cineastas necesarios.
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