Crítica de cine

'Las mil y una': narrar sin complejos

Sin ser un filme nihilista, ‘Las mil y una’ habla de actitudes nihilistas ante una vida no deseada

Estreno de la semana. Las mil y una

Estrenos de la semana. Tráiler de 'Las mil y una'. /

Quim Casas

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Ambientada en un barrio marginal de una gran ciudad que da título al filme, ‘Las mil y una’ sigue de manera constante a una serie de personajes que se mueven por ese escenario desplazado y olvidado del resto del mundo, aunque con entidad propia. Las interpretaciones de todas las protagonistas tienen ese punto de espontaneidad que otorga una improvisación bien llevada, y la cámara se mueve por lugares estrechos siguiéndolos permanentemente, escrutando lo que ocurre en su compleja cotidianidad y registrando todo de lo que hablan.

Una adolescente y sus amigas viven como pueden, no como quieren. Caminan y conversan durante las noches mientras otros personajes flotan por el relato llevando a cuestas su ambigüedad sobre el sexo y el sida. Poco a poco, con un tiempo quizás en exceso dilatado, la historia va centrándose en la adolescente y la joven de la que queda fascinada, alguien distinto en un mundo que, de por sí, ya lo es. La cámara, con ellas, sigue sin salir de esta especie de coto cerrado, como si no hubiera otro lugar en el mundo y tampoco existiera un mañana.

Sin ser un filme nihilista, ‘Las mil y una’ habla de actitudes nihilistas ante una vida no deseada, pero tampoco rechazada. Aunque le cuesta arrancar hasta llegar a uno de los meollos centrales de la historia, la película tiene la inusitada fuerza y el fulgor propio de aquellos cineastas que empiezan a rodar sin ningún complejo.