Crítica teatral
'Smiley, després de l'amor': esperado reencuentro
José Carlos Sorribes
Periodista
José Carlos Sorribes
Ocho años hemos tenido que esperar para el reencuentro con Bruno y Àlex, la pareja de 'Smiley'. La que fue la primera comedia de Guillem Clua nació en el Torneig de Dramatúrgia del Temporada Alta del año 2011 (fue finalista y solo cedió ante otro enorme 'hit' como 'El crèdit', de Jordi Galceran). De ahí despegó al éxito en la Flyhard, el Espai Lliure y el Club Capitol, todo un récord de movilidad en la cartelera barcelonesa, y también con una brillante proyección internacional. Por igual camino debería transcurrir la secuela 'Smiley, després de l’amor', en cartel de nuevo en el Aquitània tras el duro parón de la segunda ola del coronavirus. Clua, último Premio Nacional de Literatura Dramática por 'Justícia', ha vuelto a dar en la diana.
¿Comedia romántica? Sí. ¿Muy urbana? También. ¿Agridulce? Todas las historias de amor lo acostumbran a ser. Las tres etiquetas valen para las dos obras, lo que no significa que quien no fuera espectador de la primera no pueda acercarse a ver la segunda. Funciona con total autonomía, aunque lógicamente con las mismas señas de identidad y adecuadas referencias para los neófitos en el ‘mundo Smiley’. Un inesperado reencuentro, en su caso después de seis años, es la plataforma sobre el que se reabren páginas que parecían pasadas, pero que no lo estaban tanto. Bruno (Albert Triola) y Álex (Ramon Pujol) no son los mismos, ahora menos inocentes y más escépticos, desengañados. No en vano los 40 (ese umbral vital de tantas ilusiones perdidas) han entrado en su vida y aunque el amor les sigue marcando lo hace de forma distinta en cada caso: uno aún cree fervientemente en él y el otro se ha desilusionado en su búsqueda. Bruno, recordemos, es un arquitecto cultivado, cinéfilo a rabiar, y Álex, un vigoréxico de vida más hedonista y que sigue regentando el Bar Bero.
Clua lleva la pieza sobre
raíles con la complicidad arrebatadora
que hay entre
Triola y Pujol
En lo que no ha cambiado nada esta segunda parte es en la complicidad arrebatadora entre Triola y Pujol. El primero es de aquellos actores con una paleta de comicidad tan ilimitada que despertaría la carcajada del enterrador más ceñudo. Su compañero no se queda atrás y es un complemento perfecto. A ambos les sirve Clua un texto bien engrasado, fresco, ágil, con réplicas muy actuales y brillantes acotaciones sobre el universo homosexual -incluida una al Satanasa, el que fuera un templo nocturno gay en el Eixample barcelonés- en un efectivo juego metateatral. El dramaturgo navega sin titubeos tanto en las aguas más cómicas como en la que conducen la pieza a un terreno emotivo en un trabajo de dirección que también va sobre raíles.
¿Habrá tercera parte? Seguro que Clua y sus actores volverían a dar mucho juego con Bruno y Álex ya maduritos, en otra frontera aún más peliaguda (la de los 50), y más cuando en esta secuela aparece un tercer elemento. Entrar en detalles resulta inconveniente.
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