CRÍTICA DE CINE
'Madre oscura': de brujas y de adolescentes
El filme de terror de los hermanos Brett y Drew T. Pierce abunda en momentos muy bien concebidos visualmente y que generan ese espasmo químico de inquietud
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
La madre oscura es un ser maligno nacido de raíces, rocas y árboles según el folclore anglosajón. Sale de caza por la noche, alimentándose de los olvidados. Esta información la consigue el protagonista del filme homónimo buscando por internet en la 'brujapedia'. Así es la película, nada severa, un ejercicio terrorífico que respeta casi todas las reglas del género. Y las pocas que se salta, se las salta bien. El segundo largometraje de los hermanos Brett y Drew T. Pierce es una de esas películas pequeñas de terror que a partir de un contexto concreto, el confinamiento tras la pandemia, se convierte en pieza codiciada incluso antes de su estreno en salas.
Los Pierce se han nutrido de un tipo de cine de terror. No en vano su padre, Bart Pierce, fue el responsable de los efectos fotográficos especiales de los filmes de Sam Raimi 'Posesión infernal' y 'Terroríficamente muertos'. Algo de Raimi, cuando combinaba sin prejuicios terror y humor, puede rastrearse en 'Madre oscura'.
La película baraja dos de los elementos tradicionales del género desde los años 70: los conflictos adolescentes (el protagonista no ha asimilado aún la separación de sus padres, lo que alimenta su percepción inquieta de ciertas situaciones) y las posesiones monstruosas. Algunas cosas se ven venir y otras no. En los giros perceptibles reside el encanto de esta propuesta.
'Madre oscura' abunda en momentos muy bien concebidos visualmente y que generan ese espasmo químico de inquietud sin el cual el cine de terror clásico sería cualquier otra cosa menos cine de terror: las escenas en dormitorios y la imagen de la cuna del recién nacido que vemos a través de un monitor; lo que se esconde dentro del agujero de un árbol maldito; los círculos y signos atávicos que marcan los lugares donde anida el mal. Lo habitual, pero bien hecho.
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