EXPOSICIÓN

Lo que cuesta bajar a Franco del caballo

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Nacho Herrero

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La guerra de las estatuas no es nueva. Tampoco el debate histórico-cultural (del arte apenas se habla, por qué será) avivado por los añicos del derribo de decenas de ellas como consecuencia inesperada del movimiento antirracista tras la muerte, asfixiado bajo la pierna de un policía, de George Floyd. España lleva 45 años sin saber qué hacer con las de Franco y ahora una exposición, 'Fantasma 77', reflexiona, en el Centre del Carme de València, sobre la evolución de las grandes imágenes públicas del dictador.

Son las más grandes, las que le auparon a lomos de caballos para aumentar su altura y que ahora, salvo una deshonrosa excepción, están guardadas en almacenes sin saber bien esperando qué. "Es la primera biografía del fantasma de Franco", explica a EL PERIÓDICO Jorge Luis Marzo, uno de sus responsables.

La muestra sitúa el núcleo del asunto en la ley de amnistía de 1977. "Exonera al franquismo de ser condenado sin fijar un criterio para sus imágenes. De esta manera el horror de la dictadura se disuelve en el océano de la historia y las imágenes se convierten en patrimonio", explica.

Es entonces "cuando el cuerpo original muere" y no se le retiran los pedestales, cuando aparece esa figura fantasmagórica que Marzo augura que "siempre estará en el limbo en la medida que hay una ley que fija que no es culpable". La muestra, apunta José Luis Pérez Pont, anima "desde el arte, a desmitificar ciertos símbolos que han sido objeto de enfrentamiento entre la ciudadanía".

Blindada jurídicamente su obra y blanqueada la memoria, queda por tanto su imagen y  ‘Fantasma 77’ crea su particular hipódromo para analizar las "aventuras y obstáculos" que desde entonces han vivido las nueve grandes estatuas ecuestres del dictador, alzadas entre 1942 y, primera gran sorpresa, 1978.

No hace falta dejar la emoción para el final. En esa carrera hay una ganadora, la estatua de Melilla, que ya partía en muy buena posición, pues fue la última en ser instalada en su pedestal, tres años después de la muerte de Franco y ya en democracia. Y fue también la última en ser retirada de la calle y en el 2017 el Gobierno del PP la cedió a la fundación Gaselec de la ciudad autónoma para su exhibición. Ahí sigue.

Desmontado en València

Pero, como en el deporte, en este caso aportan tanto o más las historias de los ‘caballos’ perdedores. El de València fue el primero en salirse de la carrera pública. Cuatro años después de ser aprobado por el pleno municipal progresista, la estatua fue retirada de la que antes había sido la plaza del Generalísimo y entonces lo era del País Valenciano.

La exposición incluye fotografías y videos de la madrugada de aquel 9 de septiembre de 1983, de cómo el peso de la historia (1.800 kg), y unos simbólicos y desconocidos anclajes, retrasó lo que debía ser una operación relámpago y permitió la llegada de cientos de ultraderechistas que, a pedradas, hicieron huir a los obreros encargados del desmontaje. Tuvieron que ser voluntarios encapuchados los que, protegidos de aquella manera por la policía, la retiraron entre disturbios, insultos y amenazas.

Restaurada, pues se desmontó en sus dos piezas originales, se exhibió hasta el 2010 en Capitanía General y desde entonces se guarda en un gran sarcófago en el cuartel militar de Jaume I. "Que acaben custodiadas por el Ejército es un patrón que se repite", apunta Marzo. "Se le da la potestad de mantenerlo bien metido en una caja sellada", desliza.

Derribado en Barcelona

‘Fantasma 77’ también repasa la historia del caballo barcelonés de Franco. Desde su origen, pues la estatua fue esculpida por el republicano Josep Viladomat bajo amenaza de prisión, hasta su ajetreada vida en democracia.

El primer traslado, desde el patio de armas del castillo de Montjuïc al interior del museo. El segundo, tras ser teñido de rosa, a una sala anexa. Por el camino se le cercenó la pierna izquierda. El tercero, a un almacén municipal en el que perdió la cabeza (la robaron, al parecer). El cuarto, rodeado de polémica, en el 2016, al Born, para una exposición en la que sufrió numerosos ataques hasta que una noche fue derribada. Restaurada mínimamente para ser guardada en los almacenes del Museu d'Història de la ciudad.

"Tocar la escultura de Franco es hacerle un favor: se reanima", dijo sarcástico su director, Joan Roca. "No es que reviva, es que esas imágenes son un espejo de nosotros, de nuestra sociedad", reflexiona Marco.

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