OBITUARIO

Eres tú, Édichka: un panegírico de Limónov

Fallece a los 77 años el inefable Eduard Limónov, escritor rebelde, exdisidente ruso y líder revolucionario nacional-bolchevique

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Kiko Amat

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Eduard Veniámovich Savenko, también conocido como Eduard Limónov, escritor, vividor, guerrero, mosca cojonera del 'establishment' y activista político, falleció el pasado martes 17 de marzo del 2020. El partido de oposición La Otra Rusia, del que era líder, colgó la noticia en su web, pero las causas de la muerte se desconocen aún. Mis dos teorías son que a) el viejo libertino falleció fornicando (siempre fue un fan declarado del viejo 'in-and-out') o b) le dio un síncope fatal al leer la mayoría de entrevistas que se le hicieron a su paso por España, un año atrás. Si la policía detecta juego sucio en su fallecimiento, estaré encantado de señalarles la dirección adecuada (es mofa: a Eduard se la traían muy floja las críticas). 

En todo caso, lo anterior prueba que mucha gente odió y se ofendió con Limónov, pero aún más gente se acercó a él por motivos condenados al fracaso, tratando de hallar en las exuberantes vida y prosa de aquel macarrón en pantalones de paraca algún tipo de expiación o agitación de segunda mano. Pero el autor no estaba aquí para saciar el morbo de unos cuantos literatos frígidos. Limónov, a pesar de sus defectos (quizás gracias a algunos de ellos), fue uno de los grandes escritores de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. Y lo fue siendo tan poco académico y hombre-de-letras como es posible imaginar. Su vida es, en realidad, un modelo de búsqueda de Algo Superior. De Heroísmo y Romanticismo y Aventura (de acuerdo, también Fornicación). 

De profesión, héroe

En 'Soy yo, Édichka', uno de sus primeros libros, afirmaba que "mi profesión es ser un héroe. Siempre me concebí como un héroe" y "solo una Gran Idea podía dar sentido a mi vida". A leer el libro muchos nos enamoramos del automitólogo petulante, borrachuzo, dandi egocéntrico, mentiroso patológico, bocachanclas irredento, follador apenado, que deambulaba por las calles de New York luciendo trajes de tres piezas color malva (agh), cazadora de cuero con pajarita (ugh) y otros atentados estéticos contra la salud mental, ciscándose a cada paso en la mitificación estéril del pretérito ("¡Dios santo! Qué repugnante es el pasado, y cuanto espacio ocupa"). 

El impacto de leer a Limónov cuando yo le leí, a finales de los noventa, y el efecto que tuvo en mis propias novelas (incluso aparece en los agradecimientos de 'Cosas que hacen BUM'), es difícil de calcular. El escritor nos hablaba desde la primera página y persona: "Yo odio trabajar, como mi 'schi', bebo, a veces me emborracho hasta perder el conocimiento, busco aventuras en barrios siniestros, tengo un traje blanco brillante y caro, un sistema nervioso delicado, y me estremezco al oír vuestras risotadas uterinas en los cines y arrugo la nariz. (…) Yo, como siempre, odio el pasado en nombre del presente. Era poeta (…) pero ese poeta se fue por donde vino y ahora soy uno de los vuestros, soy un despojo de esos que alimentáis con schi y emborracháis con vino barato y malo (…) y aún así os aborrezco (…) porque vuestra vida es aburrida, porque os habéis vendido a la esclavitud del trabajo, por vuestros vulgares pantalones de oficinista, porque no hacéis más que ganar dinero y nunca habéis visto mundo. ¡Una mierda!". Continuaba diciendo que "la objetividad no es uno de mis fuertes" (y que lo digas), tal vez ni siquiera la veracidad, pero eso a sus lectores nos importaba un pepino. He aquí, nos dijimos, un hombre lleno de vida (él diría semen). He aquí un tío al que seguir (él diría admirar).

Historial de búsquedas

Limónov afirmó en 'El libro de las aguas' (2002) que "el género literario contemporáneo por excelencia es el biográfico" y la mayoría de sus libros son memorias 'sui generis'. Hay muchos tipos de Yos literarios, la mayoría impotentes y/o asténicos, pero en el de Eduard nunca falta chicha. Los obituarios oficiales listan, boquiabiertos, su exótico, peripatético y exultante historial: 

Nació el 23 de febrero de 1943 en Dzerzhinsk, 800 kilómetros al este de Moscú. Su padre era oficial del servicio secreto. El joven Eduard tuvo trabajos basura, fue delincuente fallido en Járkov, sastre y dandi airado del 'underground' moscovita, se juntó con disidentes en parques y escribió poesía 'samizdat'. En 1974 el KGB le dijo, en términos poco abstractos, que "o delataba a sus amigos degenerados o se iba al exilio". Limónov escogió lo segundo (sospecho que no le hubiese hecho ascos a delatar a unos cuantos enemigos) y aterrizó en Nueva York, donde se juntó con almas similares en el punk yonqui-sifilítico del 76. Si hemos de creer lo que cuenta en 'Soy yo, Édichka', también terminó sodomizado en plena rúe por un 'homeless' negro. Fue mayordomo de un multimillonario, vivencia que plasmó en su magnífico 'Historia de un servidor' (1984), y al cabo de unos años se trasladó a París, donde sus prietas nalgas fueron besuqueadas a destajo por la 'intelligentsia' cultural francesa (Emmanuel Carrére diría "Limónov era nuestro bárbaro, nuestro gamberro; le adorábamos"). Ayudó, supongo, que su periplo neoyorquino se tradujese allí como 'Le poète russe préfère les grands nègres' ('El poeta ruso prefiere a los negrazos'). 

Tras la caída del muro, a Limónov le restituyeron la ciudadanía rusa, y acto seguido se trasladó a su país natal para vivir en paz, pergeñando versitos sobre Tolstói y la cosecha del trigo, envejeciendo junto a su esposa de siempre. Es broma. Édichka aprovechó su condición de hombre libre para alistarse como voluntario en la guerra de los Balcanes (por el lado serbio). También fundó el partido Nacional-Bolchevique (jaranero cóctel de bolchevismo, deleznable patriotismo filofascista, asueto genital y subcultura 'skin'), reclutó a todos los adolescentes desafectos del país (los simpáticos 'nasbol'), fue miliciano en Kazajstán y reo en varias cárceles (por terrorismo, entre otras cosas). Nunca dejó de pasarlo bien y molestar y decir paridas. Tuvo siete millones de novias, la última de las cuales era, mínimo, cuarenta años menor que él. 

En algún punto de esta historia apareció la vivaz biografía 'Limónov', de Emmanuel Carrère, superventas internacional, que en mí tuvo el mismo efecto que cuando a los catorce mi madre me dijo que le encantaban The Police: por muy bien escritas que estuviesen, casi me quitan de fan. Por suerte o desgracia, la biografía no aumentó su club de lectores. El publico se contentó con asomarse a la jaula del 'freak' con un pañuelo en la nariz y luego regresó a casa y puso la tetera a hervir. Los fanáticos que le leíamos con avidez y nos cuadrábamos cuando alguien mentaba su nombre nos seguimos citando (metafóricamente) en el mismo sótano con fluorescentes tartamudos y pastas resecas. La prosa de Limónov, sin la vacuna de un literato de la alta cultura, seguía resultando indigerible, letal en potencia. 

Una pena, pero lógica. Limónov nunca estuvo hecho para el éxito multitudinario ni el mundo literario. Jamás ocultó que le daban asco el canon, los críticos, "las peregrinaciones literarias y los barbudos del XIX". Siempre sintió "aversión hacia las organizaciones de intelectuales". "Malditos lomos verde oscuro que cargaban con el tedio de Chejov", escupía en 'Soy yo, Édichka', "de sus eternos estudiantes, gente que no sabe conseguir la armonía, vegetales de esta vida que se disipan en las páginas como escoria del universo" (ja, ja).

Éxtasis de primera mano

Qué maravilloso fue tener entre nosotros, durante todos estos años, a un autor cuya obra no se explicaba por lo leído. Un escritor que entendía que el arte es una imitación insatisfactoria del éxtasis real. En un mundo de novelistas que consideraban catarsis existencial el hallar un Capitán Trueno en una librería de viejo, qué fantástico era enfrentarse a un zumbado que empuñaba ametralladoras, vestía como un Trosky 'bonehead', celebraba la música como "júbilo destructor de melancolía" y se declaraba fan de la historia y los Grandes Hombres, lleno de odio anti-intelectual y desprecio hacia la clase superior y la propia, incluso hacia la contracultura que le beatificó. Un tipo que era todo energía y visión, que aceptó un destino y se entregó a él, y al mundo que le diesen morcilla.

¿Que era machista (auch) y patriotero y belicoso (incluso facha, según le daba la luz) y engreído y un bocas que a veces se merecía una paliza (y a menudo la recibió)? ¿Que el único culto que le interesaba era "el culto a sí mismo" (como dijo Carrère)? Pues sí. Nadie es perfecto y los ángeles no tienen hélices. Su muerte, pese a las carencias y partes feas del personaje, representa un enorme, quizás irreparable, boquete en el frente de la escritura VVV (viva, vulgar y violenta). Una victoria temporal para la narrativa cursi y aburrida, que solo puede paliar la enérgica reedición, a efectos inmediatos y en modo 'blitzkrieg', de su obra, aún desconocida en su mayor parte en nuestro país.

Fulgencio Pimentel, su actual editorial española, planea publicar en mayo del 2020 una colección de relatos que lleva como título provisional 'El libro sin amor'.

Kiko Amat es novelista y limonista veterano.