CRÓNICA
La muerte en primera persona
La actriz Alba Pujol se enfrenta en la Sala Beckett a la defunción de su padre, en un impecable ejercicio de sencillez escénica del director Àlex Rigola
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Decía Joan Fuster –nos lo recuerdan en la obra– que la filosofía es el arte de coger "'la vaca pels collons'". Algo parecido es lo que hace en la Sala Beckett el director Àlex Rigola con el tema de la muerte. Siguiendo con las citas, el espectáculo coge su alargado título de un monólogo de ‘Hamlet’: ‘Aquest país no descobert que no deixa tornar de les seves fronteres cap dels seus viatgers’. En él se representan las transcripciones de una serie de diálogos y cuestionarios que la actriz Alba Pujol compartió con su padre, Josep Pujol Andreu, mientras este afrontaba su último combate contra el cáncer que se lo llevó en octubre. Otro Josep, Pep Cruz, pone la voz –vozarrón– al desaparecido catedrático de Historia Económica, sus recuerdos, sus reflexiones sobre la vida a las puertas de la muerte, la relación con su hija, la perspectiva de un legado. Invocar a la muerte para hablar de la vida –nos dicen también–, no se puede entender la una sin la otra.
Rigola últimamente cabalga de acierto en acierto. Un estriptis de artificios conecta sus últimas piezas con la esencia del escenario. Aquí nos lo vuelve a servir desnudo: una mesa, un ordenador, una pantalla y una solitaria planta iluminada en un rincón, la vida bajo el foco. Alba va vestida de esqueleto, va de muerte pero es la superviviente; Pep no va de fantasma, y tampoco interpreta. La palabra y la complicidad entre ellos basta para construir todo un entramado de reflexiones y vivencias. Pensamientos que se retuercen entre los detalles nada superfluos del traspaso práctico y las ideas elevadas, propias o de los invitados. Se invoca a Cioran, Gil de Biedma, Lacan, Handke y, el gran descubrimiento, el doctor Enric Benito, experto en cuidados paliativos que a través del vídeo imparte una ‘master class’ sobre el arte del buen traspaso: nuestro cuerpo sabe cómo hacerlo, nuestra mente a veces no. El tabú de la muerte nos retrata como sociedad.
Interpretarse a sí misma
Alba Pujol, sin personaje, asume el reto mayúsculo de interpretar la pérdida desde su verdad personal. Sin más escudos que su desbordante empatía, su naturalidad sin tapujos, se entrega a una terapia dirigida, duelo en directo. Su semblante se rompe sin pornografía, porque cuando llegan las lágrimas el público ya está atrapado en una suerte de funeral catártico, un ritual escénico en el que cada espectador ha conectado con la ausencia de sus propios muertos. Como maestro de ceremonias en la sombra, Rigola navega con ritmo y tacto esta complicada laguna Estigia que conecta la naturaleza del teatro y la vida. Montaje sencillo en las formas, sí, pero enorme en su alcance humano.
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