CRÍTICA DE CINE
'Le Mans '66': heroísmo de cartón piedra
Aunque sus escenas de carreras son deslumbrantes, el filme de James Mangold es, en última instancia, na película vacía. Hasta la saga 'Fast & furious' tiene más alma
Resulta irónico que la historia de dos innovadores que lucharon contra la conservadora mentalidad corporativa para materializar sus intrépidas ideas –el ingeniero Carrol Shelby y el piloto Ken Miles, que crearon para la compañía Ford el coche que acabó rompiendo la hegemonía de Ferrari en las 24 Horas de Le Mans– se haya convertido en una película tan formularia y predecible. Cabía esperar del director James Mangold que, especialmente considerando las exageradas dos horas y media de metraje, usara el relato para reflexionar sobre asuntos como la masculinidad tóxica o el daño que el ser humano puede causar cuando se obsesiona por la gloria a expensas de todo lo demás.
Sin embargo, toda la verdadera exploración que 'Le Mans ‘66' se muestra capaz de llevar a cabo se limita a una serie de diálogos en los que los personajes intercambian palabrería seudomística sobre los efectos espirituales de llevar un bólido a las 7.000 revoluciones por minuto tiene sobre del piloto o el éxtasis que provoca sentir el rugido del motor en la entrepierna.
Quizá esos diálogos tuvieran más impacto dramático si paralelamente Mangold ahondara en las vidas interiores de sus protagonistas. En cambio, en general los priva de psicología ni motivos; especialmente a Shelby, a quien retrata como una figura unidimensional cuyo único propósito es mediar entre el temperamental Miles y los ejecutivos de Ford, que desearían a un piloto más dócil al volante de sus coches. Por eso, aunque sus escenas de carreras son deslumbrantes, 'Le Mans ’66' en última instancia es una película vacía. Hasta la saga 'Fast & furious' tiene más alma.
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