CRÓNICA
Nora Chipaumire, la complejidad del rugido
El torrente creativo de la artista africana, que cuestiona la hegemonía de los discursos blancos, llega a la Sala Hiroshima dentro del Festival Grec
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Manuel Pérez i Muñoz
Periodista.
Manuel Pérez
“Los artistas africanos no son una reserva, son vanguardia”. Nora Chipaumire repite esta frase hacia el final de su 'performance' '*N!GGA'. La vemos instalada en su pedestal, ataviada con casaca torera, corona, micrófono y un bate de béisbol. Su mirada es desafiante y su potencia indiscutible. La pieza es el final de una trilogía presentada como 'délicatesse' internacional del Festival Grec, junto a '#PUNK' y '100% POP'. Si en estas dos la artista de Nueva York nacida en Zimbabue se sumergía en dos fenómenos musicales de la cultura popular occidental, su rugido final despierta a un ejército de referencias cruzadas sobre esa idea que llamamos África solo para simplificar, como decía Kapuściński.
No se trata de danza, ni de música, ni de una instalación, sino de todo a la vez. La propia artista lo considera más que teatro, una especie de arte en vivo con la función de provocar, de establecer un dispositivo contra las convenciones de los espectadores. Desde su atalaya construida con cajas vacías de marcas de lujo, sus cantos rítmicos y repetitivos se mezclan con proclamas en múltiples idiomas, del francés a la lengua shona. La música se asienta en la rumba congoleña pero sus tentáculos llegan a Jamaica. Y todo este entramado gira alrededor de la potencia del bailarín Shamar Watt, que se mueve altivo y al mismo tiempo desorientado. Su fuerza física barre la escena sin que lleguemos a saber exactamente hacia donde nos conduce.
El baile como catarsis
El cuerpo africano funciona como metáfora a partir de la cual se desarrollan los significados de la pieza, una respuesta individual y al mismo tiempo simbólicamente colectiva contra la cultura colonial y racista que se ha proyectado sobre África. Incluso en la escenografía encaja cierta tendencia artística basada en materiales reutilizados, desafío al consumismo y su falta de lógica social. Una canción de Franco Luambo, rey de la rumba congoleña, conduce a un final de baile colectivo con el público, la música como integración. Una idea simple para cerrar un complejo encaje de significados, una buscada radicalidad que intenta construir alternativas que cuestionen nuestra totémica cultura blanca y occidental. “¡África está ahí!”, nos recuerda, con todo lo que eso significa.
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