CRÍTICA DE CINE
'La importancia de llamarse Oscar Wilde': caída libre
La película de Rupert Everett ignora no solo los triunfos literarios del escritor sino los dos años que pasó entre rejas acusado de sodomía
Está demostrado que los biopics funcionan mejor cuando se centran en un episodio o un periodo concretos de la trayectoria de su protagonista que cuando intentan repasar toda su vida. Y, más concretamente, que esas biografías filmadas eviten los años dorados de sus objetos de estudio para explorar territorios vitales menos conocidos no tiene nada de malo, al menos sobre el papel. Pero 'La importancia de llamarse Oscar Wilde' lleva esta última estrategia demasiado lejos. Al margen de algún que otro rápido 'flashback', la película ignora no solo los triunfos literarios del escritor sino incluso los dos años que pasó entre rejas acusado de sodomía e indecencia.
En lugar de eso Rupert Everett -su guionista, director y protagonista— se limita a retratar al autor en sus años finales de exilio, que pasó arruinado y enfermo. Con ese enfoque trata de multiplicar nuestro grado de empatía con El personaje, sí, pero a costa de dedicar casi dos horas de metraje a un periodo de su existencia en el que lo único relevante que hizo fue sufrir y morir.
Everett recurre a dos métodos para intentar suplir esa inherente falta de sustancia dramática: por un lado, enalteciendo a Wilde hasta tal punto que, llegado el momento, empieza a hacer alusiones a Jesucristo más bien ridículas; por otro, abusando de tics estilísticos. No lo logra ni de una manera ni de la otra.
El ocaso de Wilde es sin duda relevante porque permite ilustrar cómo un hombre puede llegar a perderlo todo por culpa de una perversa injusticia. Pero si ese era verdaderamente el objetivo de Everett, su retrato no debería haber ninguneado sus logros y su personalidad para concentrarse en hacernos sentir mal sobre cómo acabó. Sin el ascenso previo, la caída no tiene mucho sentido.
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