CRÍTICA DE LIBROS
María Gainza: simulacros y falsificaciones
La joven autora argentina se pregunta en esta novela por los profundos mecanismos de la obra de arte
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Ricardo Baixeras
Crítico literario
Doctor en Humanidades (Teoría de la Literatura y Literatura Comparada). Autor de 'Tres tristes tigres y la poética de Guillermo Cabrera Infante' (Universidad de Valladolid)
Ricardo Baixeras
¿Qué convierte un cuadro en obra de arte? ¿En qué consiste la experiencia estética que asociamos a la pintura, a la música, o a la lectura de una novela o de un poema? María Gainza (Buenos Aires, 1975) dio muestras de que con 'El nervio óptico' había acometido la tarea de dar una respuesta ficcional a esas preguntas eternas con la intención de radiografiar el mundo del arte desde un texto heterogéneo que jugaba a ser ensayo personalísimo sobre la vida y milagros de los artistas. Ahora con 'La luz negra' retoma el mismo camino para ofrecer una ficción que trata de desentrañar los mecanismos que se ponen en juego en el mundo del arte y en las vidas de los artistas cuando se vehiculan en torno a las falsificaciones y los simulacros, camino que se inicia con la pregunta de si una “¿buena falsificación no puede dar tanto placer como un original? ¿En un punto no es lo falso más verdadero que lo auténtico?” Y que concluye con la duda que sostiene el libro: “A veces me pregunto si la falsificación no es la única gran obra del siglo XX”.
Si 'La luz negra' es, entre otras cosas, una leve novela de misterio que trata de entender el mundo a través de ideas como falsificación, simulacro y el esquema dominante de la era industrial en torno a la mera producción en masa del objeto artístico entonces el secreto del libro bascula por la historia de tres mujeres: la tasadora de arte Enriqueta Macedo, la pintora austríaca Mariette Lydis y 'la Negra', una eficaz falsificadora. Tres personajes femeninos que le permiten a Gainza deambular por las intimidades de sus vidas y su relación con el mundo del arte. Deconstruyendo la cotidianidad de esas biografías ligadas al arte fraudulento, en el que la copia es el enigma a descifrar, la verdad de las mentiras, la narradora no hará si no dar cuenta de una determinada idea de la experiencia (estética) imaginaria en el mundo contemporáneo. Es por ello que puede afirmar: “Reconstruir una experiencia a través de imágenes almacenadas en nuestro cerebro es un acto que a veces linda con la alucinación, no recuperamos el pasado, lo recreamos, lo volvemos dramaturgia.”
En esta dramaturgia asombrosa se sitúa la voz que cuenta el desorden y la desintegración de todo un mundo falsario que se descompone y que Gainza reconstruye con una elegancia estilística sorprendente.
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