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'Lapònia': una comedia que relativiza entre risas el valor de la sinceridad

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Eduardo de Vicente

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¿Qué es una mentira? Así, de entrada, todos estaríamos de acuerdo en que no es buena y es mejor ir siempre con la verdad por delante, pero la respuesta puede no ser tan sencilla. ¿Y qué hacemos si se trata de una mentira piadosa? ¿Y si con ella intentas no estropear la ilusión de un niño? ¿Y si la excesiva sinceridad puede causar problemas aún mayores y enojar a nuestro interlocutor? La comedia Lapònia, que acaba de estrenarse en el Club Capitol, plantea esta cuestión con mucha inteligencia, abordándola desde distintos puntos de vista y, sobre todo, con mucho mucho humor.

Para empezar, situémonos. Nos encontramos en el comedor de una casa finlandesa de clase media,  una mesa baja preparada para una cena y abrigos colgados de una pared por si hay que salir al exterior (allí hace un frío tremendo). Los personajes son dos parejas. La primera está formada por Mònica y Ramon, dos catalanes que están de vacaciones, mientras su hijo Martí está en su habitación. Son un matrimonio con sus más y sus menos pero que tienen claro cómo quieren educarlo. Son los invitados de Núria, la hermana de Mònica, que se ha desplazado hasta allí para vivir con su marido finés, Olavi, y han tenido una hija, Aina.

Los secretos de Santa Claus

Los dos primeros han viajado a estas heladas tierras para pasar las Navidades con sus familiares y su hijo está ilusionado porque se trata del hogar natal de Papá Noel. Pero resulta que su primita sabihonda le ha explicado las verdades de Santa Claus destrozando el mundo ideal que había construido el pequeño y, de paso, a sus progenitores. Y es que sus padres viven en una cultura diferente donde la mentira no está bien vista, la trampa no se admite y la gente no acostumbra a discutir en voz alta, sino manteniendo la misma frialdad que se respira en sus calles. Creen que es bueno que los niños, en vez de disfrutar con un buen número de magia, se pregunten cuál es el truco y hasta se obsesionen con ello.

Mònica está vestida con un absurdo jersey navideño con luces y unos cuernos de reno, pero su expresión denota que no está para fiestas y cada réplica es un reproche. Ramon esconde algunos aspectos de su relación que no considera satisfactorios. Olavi habla en catalán con un divertido acento finlandés pero no puede evitar sentirse algo superior respecto a los otros ya que considera que sus costumbres culturales son más elevadas que las de los catalanes. En este panorama enfrentado, Núria se siente en tierra de nadie, en medio de todos, ya que está bastante arraigada a sus nuevas tradiciones, pero también comprende un poco a su hermana e intenta calmar los ánimos y que haya paz. Por mucho que lo intente, el conflicto está servido.

Dos parejas que funcionan como un espejo

Esta trama de dos parejas enfrentadas por la educación respectiva que han dado a sus hijos podría haber derivado en una especie de drama al estilo de Un dios salvaje, de Yasmina Reza, pero, muy inteligentemente, se transforma en una comedia alocada que sirve para que nos pongamos un espejo frente a nosotros y descubramos que quizás ni ellos ni nosotros tenemos razón. Lo mejor quizás sería un término medio.

Tras un cuarto de hora de planteamiento, la tensión empieza a crecer y la hora siguiente está repleta de situaciones incómodas, una terapia familiar con diálogos que van subiendo de tono y que provocan continuas carcajadas en la platea y los espectadores no saben si se están riendo de los otros o de sí mismos.

La fuerza de un texto inteligente y buenos actores

Es un montaje sencillo, con una escenografía funcional sin alardes y una puesta en escena modesta pero eficaz. Y es que la fuerza radica en primer lugar en un texto muy trabajado escrito y dirigido por Cristina Clemente (Consell familiar, Ventura) y Marc Angelet (Life spoiler, Inmortal) que sabe sacar todo el partido posible de ese enconado encuentro. Los actores son la otra gran baza del espectáculo. Roger Coma (Olavi), con su impostado catalán consigue arrancar las primeras sonrisas mientras que Meritxell Huertas (Mònica), que se pasa casi toda la obra en plena indignación está espléndida como esa mujer que no se calla nada y es como una bomba de relojería a punto de estallar. Y gran parte del auditorio se identifica con ella. Por el contrario, Meritxell Calvo (Núria), intenta aguantar el chaparrón y que no suba el tono porque, en el fondo ya ni es de aquí ni de allí, su contención es meritoria, mientras Manel Sans (Ramon) se debate entre frenar un poco o saltar, en una interesante indecisión.

Resulta curioso que una pieza tan navideña se estrene justo después de las fiestas, pero que no estemos en el entorno ideal también contribuye a convertirla en una obra perfectamente adaptable a cualquier época del año. Eso sí, es mejor no ir con niños muy pequeños o vamos a tener que hacer frente a demasiadas preguntas al salir del teatro, ya podemos imaginar sobre qué. Una obra que divierte, y mucho, pero que también nos hará reflexionar sobre los límites de la verdad… Y no es mentira.