CRÍTICA DE CINE
'Carmen y Lola': una historia de intolerancia
No hay mucho cine en 'Carmen y Lola', pero hay mucha furia y drama fogoso en este loable relato de cómo la comunidad gitana rechaza los amores entre dos muchachas
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Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
Quim Casas
No hay mucho cine en Carmen y Lola. Pero hay mucha furia y drama fogoso en el relato de cómo la comunidad gitana rechaza los amores entre dos muchachas. No es exactamente una historia de lesbianismo. De hecho, una de las dos protagonistas odia a las lesbianas. Pero acaba enamorándose de una chica que ha vivido su homosexualidad de manera represiva. Las dos pertenecen a familias gitanas del extrarradio de Madrid. El filme explora sobre todo la forma en que esa comunidad, con sus creencias y ritos tan sólidos y a la vez intolerantes, repudia, censura y abomina de esa relación, cómo las afecta a ellas y de qué manera desgaja el afecto entre padres e hijas, entre amigos y amigas.
Visualmente es una película bastante plana que intenta dotar de cierto tono documental (ninguno de los actores y actrices, menos uno, son profesionales) a un relato de ficción. El rodaje debió ser complicado, y la situación en la que han quedado algunos de los participantes en el filme también lo es. Las ideas más bonitas pertenecen a otras películas, como la visión liberadora del mar que ya tuvo tantos años antes el niño protagonista de Los cuatrocientos golpes, de François Truffaut. La verdad dramática preside secuencias como aquella en la que el padre de Lola se entera de las relaciones de esta con Carmen. Desaforada, cierto, pero muy creíble.
En otros momentos, la película incide en ciertos tópicos y, sobre todo, reitera situaciones hasta que pierde la efectividad buscada. Quiere ser un alegato en contra de la discriminación, doble en este caso: Lola es gitana y, además, desea ir a la universidad y romper con aquello a lo que está destinada por las normas familiares tan estrictas. Lo consigue solo a medias. El filme necesita algo más que exponer simplemente los hechos. Con todo, la propuesta de Arantxa Echevarria resulta loable.
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