Días de rosas amarillas y Carta Magna

Un Sant Jordi imaginario, por Molière

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Carles Cols

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El Palau de la Generalitat, aunque sede del Govern, es habitualmente un edificio semivacío. Incluso puede que la belleza de la galería gótica y del Pati dels Tarongers se vea acrecentada precisamente por el silencio que allí se respira. Pasa un funcionario de vez en cuando y a lo mejor hay que esperar cinco minutos para ver otra alma, con suerte un ‘conseller’ de visita. Es así comunmente, salvo un día al año, Sant Jordi, en que como una suerte de Brigadoon, se llena vida. En tiempos de Jordi Pujol había incluso bizcochos con chocolate caliente. Se bendicen rosas, los pasteleros traen un pastel y los panaderos, claro, un pan. Los cronistas dicen que la misa de Sant Jordi en la capilla del Palau de la Generalitat se ha celebrado ininterrumpidamente desde 1434, salvo durante la guerra civil. Y, sin embargo, este Brigadoon catalán, al que solo le faltaría que Gene Kelly y Cyd Charisse bailaran, no se despertará este año. La culpa, como todo de un tiempo a esta parte, del 155.

En rigor, el artículo 155 de la Constitución no determina que se suspendan los actos oficiales de Sant Jordi. Tampoco muchas otras cosas que han venido sucediendo. En realidad, aquel artículo faculta al Gobierno de España a tomar unas inconcretas medidas para que se protega el interés general, y bien mirado, qué puede haber más de interés general que la celebración de Sant Jordi y, por extensión, del día de la rosa y del libro. Pues nada, que no habrá ni misa, ni recepción, ni pan, ni pastel… Tampoco Enric Millo, máxima autoridad por delegación del Gobierno central, parece por la labor de encender el hornillo para calentar chocolate, y eso que él era uno de los habituales de aquellos convites.

Sube la bilirrubina

A la misa, a la hora de la verdad, eran pocos los que iban. La capilla no es muy espaciosa, es cierto, pero esa no era la excusa. Allí, bajo una imagen de Sant Jordi alanceando al pobre dragón, las fronteras entre la religión y la política se diluían demasiado y el arzobispo de turno terminaba a veces por meter la cuchara en un plato que no era el suyo. Pero la recepción, a la que solo se podía acceder con un pase firmado por el mismísimo president, era una excelente ocasión para ponerle el termómetro a la política catalana, por quién había sido invitado y por qué se contaba en los corrillos, sobre todo antes de que en nombre de la austeridad se optara por un formato más de ir por casa. En honor a la verdad, el termómetro es este año innecesario. El diagnóstico es muy claro. Subidón de bilirrubina, que como todo médico sabe, se manifiesta con un brote de ictericia. Piel amarilla.

El amarillo es tendencia. Lo será en la calle, que es donde en realidad se celebra cada año Sant Jordi, día laborable aunque no lo parezca. Una de las incógnitas en las horas previas de la celebración es la aceptación que tendrán las rosas amarillas, todo un oxímoron, si se es quisquilloso. Rosas amarillas es como decir solomillo vegano, pero qué se le va a hacer. Su venta y obsequio puede que sean proporcionales al número de camisetas amarillas que se requisaron en los accesos al estadio antes de la celebración de la Copa del Rey de fútbol. Ya se verá.

El enfermo imaginario

Es un color con decenas de significados. Si de prensa se trata, es tremendo. Pero ya que la jornada va de libros, no está de más recordar a Molière, que murió tras sentirse indispuesto durante la representación de la última comedia que escribió. Como aquel día en escena iba de amarillo, de este color huyen los actores como los gatos del agua. La obra era El enfermo imaginario, la historia de un burgués que se queja de dolencias que su mente inventa. Que cada cual ate cabos.

Sant Jordi 2017, la calma antes de la tormenta

Hace un año, <strong>Soraya Sáenz de Santamaría y Oriol Junqueras</strong> se regalaban libros. Fue durante el transcurso de un acto celebrado dos días antes de Sant Jordi, en el que el Gobierno central quiso expresar con la presencia de la vicepresidenta su respaldo a que el Día del Libro, tal y como se celebra en Barcelona, sea declarado patrimonio de la humanidad. No es que estuvieran a partir un piñón, pero el clima de aparente concordia no hacía prever la evolución de los acontecimientos en los meses posteriores. A aquel acto, celebrado en la Fundación Bancaria La Caixa (entonces entidad catalana), estaba previsto que fuera en nombre del Govern el ‘conseller’ Santi Vila. Fue, pero se le sumó Junqueras.