CRÍTICA DE CINE
'El otro guardaespaldas': un muerto que corre
Si usted fue alguna vez al cine entre 1982 and 1995 quizá ya haya visto esta película. Después de todo, las comedias de acción protagonizadas por parejas antagónicas son un género en su día enormemente popular –ahí están títulos como 'Arma letal' o 'Huida a medianoche'-pero que murió a causa del auge de los superhéroes y de su propio agotamiento. 'El otro guardaespaldas' en ningún momento sugiere que hiciera falta revivirlo.
Mientras acompaña a un maniático escolta (Ryan Reynolds) encargado de transportar a un incendiario matón (Samuel L. Jackson) de Manchester a La Haya para que testifique contra un dictador eslavo, la película acumula incontables persecuciones y cadáveres y cosas que explotan; y el exceso debería generar frenesí pero en cambio resulta tedioso, porque la acción es mucho menos inventiva de lo que cree ser y porque cada escena parece durar horas.
El gran problema, eso sí, está en el tono. 'El otro guardaespaldas' es brutalmente violenta en una escena y justo en la siguiente trata de ser hilarante, pese a que su principal gag es hacer que Jackson diga "hijo de puta" en todas sus frases. Y peores aún son sus intentos de ponerse profunda a través de imágenes de crímenes de guerra y discursos sobre la inocencia y la culpa o sobre la vida y el amor.
Todo eso sería secundario, claro, si entre Reynolds y Jackson hubiera química, pero la relación entre ambos nunca llega a tomar forma. "¿Por qué gritamos todo el tiempo?", le dice uno al otro en una escena, pero la pregunta pertinente es otra: ¿en qué pensaban estos dos actores cuando aceptaron protagonizar una película así, además del cheque?
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