CRÍTICA DE CINE
'T2 Trainspotting': desfase y melancolía
Dos décadas después, Danny Boyle no realiza probatura alguna salvo unir al desfase del original una considerable dosis de melancolía
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
QUIM CASAS
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Danny Boyle y el grupo de actores de 'Trainspotting' vuelven, 20 años después, al lugar del crimen. El tiempo ha pasado, dos décadas es mucho, pero ha hecho mella relativa en los personajes de aquella ficción espasmódica y algo rocambolesca urdida por el novelista Irvine Welsh y convertida en imágenes por Boyle, cuando era un cineasta novedoso con un estilo visual impactante.
Como Steven Soderbergh, Michael Winterbottom y François Ozon, Boyle se ha ido metamorfoseando con el tiempo y rodando películas muy distintas -ya me dirán que relación guardan entre sí 'La playa', '28 días después', 'Slumdog millionaire', '127 horas', 'Trance' y 'Steve Jobs'- con estilos completamente opuestos. La aniquilación de la imagen clásica del autor con mundo propio para crear un nuevo concepto, el del autor que aplica en cada filme una mirada distinta.
Pero con 'T2 Trainspotting', Boyle no realiza probatura alguna salvo unir al desfase del original una considerable dosis de melancolía. Imágenes recuperadas de 'Trainspotting' nos resituan en el tiempo: la comparación con las imágenes actuales es brutal para los cuatro protagonistas, aunque en el fondo siguen estando en el mismo estado emocional en el que quedaron suspendidos hace 20 años.
Boyle es listo y juega con el público que fue fan de la primera película. La forma de poner y no poner el disco con la canción de Iggy Pop 'Lust for life': el espectador lo espera y Boyle lo da a su debido tiempo. Igual de nerviosa, pero menos estridente, esta segunda entrega parece guardar las formas como si fuera un reflejo dañado y escéptico de lo que era Boyle en 1996 y lo que es ahora, ya en el 2017.
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