'El nombre de la rosa', del 'best-seller' literario al éxito cinematográfico
Sean Connery protagonizó la versión fílmica de la novela superventas de Umberto Eco
Quim Casas
Periodista y crítico de cine
Profesor de Comunicación Audiovisual en Universidad Pompeu Fabra y docente en ESCAC, FX, Cátedra de Cine de Valladolid y Museu del Cinema de Girona. Autor de diversos libros sobre David Lynch, David Cronenberg, Jim Jarmusch, Fritz Lang, John Ford y Clint Eastwood. Miembro del Comité de Selección del Festival de Cine de San Sebastián.
QUIM CASAS / BARCELONA
La primera incursión de Umberto Eco en el terreno de la ficción novelesca se saldó con un libro superventas, 'El nombre de la rosa', con la peculiaridad de que estaba firmado por todo un intelectual, sociólogo y académico universitario de semiótica, así que la versión para el cine estaba cantada.
No fue ningún cineasta estadounidense ni una compañía de Hollywood la que afrentó el reto de adaptar 'El nombre de la rosa' en 1986, sino que Jean-Jacques Annaud y diversas productoras bajo pabellón italo-franco-alemán son las que se lanzaron a la aventura, lucrativa sin duda, a no ser que lo hicieran rematadamente mal, de trasladar a la pantalla las peripecias detectivescas del franciscano Guillermo de Baskerville, algo así como un Sherlock Holmes religioso del siglo XIV, dispuesto a esclarecer los asesinatos que se cometen en un convento benedictino.
Lo primero que destaca, en positivo, es la elección del reparto. Sean Connery, siempre reconocido por su papel de James Bond, pese a haber hecho otras muchas cosas en el cine, cuadra bien con la imagen de este detective clerical y otoñal de pacientes métodos deductivos. Connery, recuérdese, había hecho solo tres años antes otra incursión, la última, en los dominios de 007: 'Nunca digas nunca jamás'.
El director, Jean-Jacques Annaud, ya había adquirido cierto prestigio con 'En busca del fuego'. De este modo, El nombre de la rosa poseía todos los ingredientes (texto, director, actor) para triunfar como lo había hecho la novela. La producción no reparó en gastos: un presupuesto de 18 millones de dólares, más que suficiente para reconstruir con todo lujo de detalles el imaginario de Eco.
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