FESTIVAL DE CINE
La Berlinale reflexiona, sin brillo, sobre el pasado y el presente de Europa
Está bien que la Berlinale ondee la bandera europeísta. Considerando dónde nació y en qué época -a principios de la guerra fría-, es lógico que el festival se sienta inclinado a meditar sobre la historia de Europa y las tensiones que sufre. Pero dar prioridad a ciertas películas solo por su temática tiene un precio, porque a veces el cine político se ocupa tanto de ser político que se olvida de ser cine, o al menos buen cine. Y eso queda claro observando dos de las candidatas al Oso de Oro presentadas ayer.
'Alone in Berlin' habla del nazismo y quizá sea eso lo que mejor explica su presencia en la competición, porque por otra parte es incapaz de hacerlo eludiendo el maniqueísmo o insuflando al relato cierta tensión dramática. En realidad, la tercera obra como director del actor francés Vincent Perez atesora méritos puramente cosméticos: es el tipo de película que confía en que la reconstrucción de época y el barniz de relevancia aportado por su asunto (un matrimonio alemán, encarnado por Emma Thompson y Brendan Gleeson, que se pasa a la resistencia contra Hitler tras la muerte de su hijo en el campo de batalla) hagan todo el trabajo.
EUROPA EN UN RASCACIELOS
El bosnio DanisTanovic siempre ha sido un director tan políticamente militante como narrativamente tosco. Y eso es así hasta en su primera y mejor película, 'En tierra de nadie': le quitamos la certera sátira antibélica y, ¿qué queda? Un duelo a muerte entre el didactismo y el sentimentalismo.
Su nuevo trabajo, 'Muerte en Sarajevo', transcurre en un hotel de la capital de Bosnia que es un negocio endeudado, con un jefe abusón y unos empleados ahogados. Pero no es solo un hotel: es una metáfora. ¿De qué? Una pista: se llama Hotel Europa. Y Tanovic convierte el paseo por el recinto en una mera sucesión de discursos sobre el continente y los Balcanes, verbalizados directamente a cámara por los expertos que entrevista un noticiario, un actor que ensaya un monólogo o bosnios y serbios que discuten entre sí. Podría haber rodado un plano fijo de sí mismo explicando sus reflexiones sobre el asunto y no habría resultado menos sutil.
Todos esos sermones retratan a un cineasta lleno de furia que no sabe canalizarla. Tanovic ataca a los serbios, y a los bosnios, y a Merkel, y a todos, pero no parece saber muy bien con qué fin. Parece un niño que se pelea dando manotazos nerviosos en el aire, incapaz de comprender que la fuerza, si no va bien enfocada, no sirve de nada.
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