LITERATURA DEL EXILIO

El humor es mi religión

El escritor norteamericano de origen ruso Gary Shteyngart publica sus hilarantes y patéticas memorias 'Pequeño fracaso'

El escritor norteamericano, de origen ruso Gary Shteyngart, en un hotel de Barcelona.

El escritor norteamericano, de origen ruso Gary Shteyngart, en un hotel de Barcelona.

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Es la última reencarnación del escritor norteamericano que, exilio mediante, ha puesto al día con un sentido del humor descacharrante su tradición judía. Gary Shteyngard -que no nació Gary sino Igor- se trasladó al Queens neoyorquino con sus padres cuando tenía siete años. Ellos aprovecharon que Carter y Brezhnev decidieron intercambiar cereales por judíos y buscaron en el Nuevo Mundo mejoras sanitarias para su debilucho y asmático hijo desde San Petersburgo, entonces Leningrado. Muchos inhaladores más tarde y después de escalar las más altas cimas de la miseria -que diría Groucho- Shteyngart se destapó con unas novelas con no poco sustrato autobiográfico y grandes dosis de sarcástico patetismo, de las que, por cierto, Una súper triste historia de amor verdadero, está a punto de convertirse en una serie de la HBO dirigida por Ben Stiller. La buena recepción de esas historias palidece frente a la de sus recientes memoriasPequeño fracaso (Asteroide), en alusión al nombre entre cariñoso y despreciativo que le dedicaba su madre, y que conforman la cara B de sus ficciones anteriores. «Tengo 43 años, una edad que según los estándares rusos, es bastante avanzada. Así que este es un buen momento para hacer balance. Porque cada vez será más difícil recordar lo que pasó, teniendo en cuenta que en el instituto me hinché a drogas», valora el autor que considera que con este libro ha clausurado su escritura autobiográfica y está listo para pasar página.

La elaboración del libro -que como el resto de su producción ha escrito reclinado en la cama con el ordenador en el regazo- ha coincidido también con el nacimiento de su hijo que ahora tiene dos años, para quien rescató los buenos momentos vividos con sus padres, aunque en el texto no oculta los otros, no exentos de violencia.

Nada escapa al humor de Gary Shteyngart, ni los parientes caídos a manos de los nazis, ni aquellos otros que fallecieron en los campos de trabajo estalinistas. O su propia experiencia infantil de ir a parar al país que -le habían enseñado- era el enemigo o el enconado bullyng de sus compañeros de escuela obsesionados con hacerle la puñeta y propinar alguna que otra paliza a aquel niño enclenque ridículamente vestido de pieles.

«El humor es mi única religión. Cuando ocurrieron los atentados de Charlie Hebdo sentí como si hubieran matado a mis correligionarios», asegura, al tiempo que se confiesa en sintonía con escritores como Vladimir Sorokin o cómicos como Jerry Seynfeld, que comparten una visión del mundo muy parecida, pese a vivir uno en Rusia y el otro en Estados Unidos. «Ambos tienen el común denominador de lo judío».

Hoy Shteyngart se siente muy a gusto con el reconocimiento que como escritor humorístico tiene en su país, y aunque la suya es la enésima reencarnación del judío que se odia a sí mismo, tampoco ha percibido que esa figura haya molestado a su comunidad. «Han pasado 50 años desde que Philip Roth publicó El lamento de Portnoy y los judíos se rasgaron las vestiduras. Hoy es una comunidad plenamente asimilada y no se sienten amenazados. Quizá la derecha más recalcitrante podría molestarse, pero como ya directamente no leen libros, tan solo la Biblia, no hay de qué preocuparse». Más peligro implicó relatar determinados episodios de su vida, como aquel en el que una exnovia, cuyo nombre, avisa, ha cambiado por precaución, atacó con un martillo a otro ex y, aunque no le mató, acabó un año en la cárcel. «El departamento legal de mi editorial descubrió que esta chica vivía a 16 manzanas de mi casa. Me dijeron que durante un tiempo era mejor que llevara casco».

La madre Rusia

Las novelas de Shteyngart han sido traducidas puntualmente al ruso. No así estas memorias. Por lo que los padres del autor, que no leen muy bien inglés, no han podido acceder a ellas. En Rusia, los diarios más nacionalistas no se han ahorrado los improperios contra el autor, a quien tildan de traidor. Pero eso no le ha impedido viajar muy a menudo a su país de origen para elaborar unas crónicas que irritan puntuamente al entorno de Putin. De ahí que la reciente concesion del Nobel a la periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich le haya dado un alegrón. «Hace una semana tuve que visitar Ucrania, y para ambientarme releí su crónica Voces de Chernóbil y me siguió pareciendo, como la primera vez que lo leí, un libro muy logrado».

«Desolador» es el adjetivo con el que el autor certifica la situación social y política rusa. «En San Petersburgo pregunté por qué un restaurante se llamaba 1930 y el dueño, para mi sorpresa, me dijo que ese fue el único año bueno para nuestro país. Con eso ya está dicho todo».

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