la 65º edición deL FESTIVAL DE CINE ALEMÁN

Larraín crucifica a la Iglesia que lava sus pecados

El director chileno recibe una ovación cerrada en la Berlinale

Pablo Larraín (izquierda) y Roberto Farias.

Pablo Larraín (izquierda) y Roberto Farias.

NANDO SALVÀ
BERLÍN ENVIADO ESPECIAL

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El chileno Pablo Larraín es uno de los mejores cineastas que existen, pero acerca de su cine es necesario hacer una advertencia que quienes lo conozcan solo por la luminosa No (2012) -y son muchos- igual no se esperan: su visión de la vida es negra como el azabache. Tras ver películas como Tony Manero (2008), Post mortem (2010) y la que ayer presentó a concurso en la Berlinale, El club, uno siente la necesidad de una ducha, un valium y un whisky triple, y ni eso nos asegura que al día siguiente querremos levantarnos.

SACERDOTES DESCARRIADOS / Si en esas predecesoras, Larraín hablaba de los devastadores efectos del régimen de Pinochet, aquí se traslada a una casa en la playa ocupada por, en palabras de un personaje, «curitas que no pueden seguir ejerciendo». Es decir, un lugar al que desterrar a sacerdotes descarriados y que, a nuestra llegada, aloja a dos pederastas, un viejo colaborador del dictador y un ladrón de niños. Ninguno se arrepiente. La niña de El exorcista es más santa que ellos.

A medida que llegan nuevos habitantes, Larraín empieza a escenificar lo que vendría a ser un duelo entre Dios y el Diablo, con la salvedad de que aquí Dios no significa su palabra sino todos los pecados de quienes se parapetan tras ella, y el Diablo es la terrible verdad que acarrean las víctimas de esos pecados. Y los habitantes del club harán lo que sea para silenciar esa verdad.

Todo en El club es neblinoso, decrépito, deprimente y, sobre todo, muy oscuro. Lo es la vieja iglesia, y la nueva, que en lugar de limpiar el nombre de la institución lava las manchas de las sotanas, lo es aún más. Y Larraín las ataca a ambas sin más sutilezas que su irresistible humor negro, pero no a base de lecciones de rectitud moral sino jugando sucio. Da igual cuán perversos sean sus curitas, él lo es más. No le importa humillarlos, ni a nosotros que lo haga. Es más, El club recibió ayer una ovación cerrada. Amén.