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Riesgo de diabetes Una vida en tres días

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Jason Reitman

Dado que desde su debut, Gracias por fumar (2005), el trabajo de Jason Reitman se ha distinguido por su sentido de la ironía y el sarcasmo -matizado, eso sí, por una actitud vital algo retrógrada-, cabe preguntarse: ¿qué impulsó al director a hacer una película tan sensiblera que en sus momentos más supuestamente intensos provoca lloros, sí, pero de risa?

Mientras narra la historia de una mujer que se enamora del fugitivo que la toma como rehén en su propia casa, Una vida en tres días se esfuerza por hacerle la experiencia llevadera. Porque el tipo es un encanto: primero prepara un apetitoso guiso, luego unas deliciosas galletas. Después repara el fregadero, y el coche, y enseña a jugar a béisbol al niño. Es cariñoso, considerado, y jamás inclinado a la violencia, un cliché andante de masculinidad inmaculada.

Si al menos la película no hiciera un planteamiento tan simplón, el amor no sería algo tan predeterminado y el camino de la película no sería tan predecible, ni tan esquemático, tan inerte y, decíamos, tan ñoño. Con todo, Reitman espera que su película funcione a modo de thriller, pero sus intentos de suspense se sustentan sobre comportamientos irracionales: si el convicto debe esconderse, ¿por qué entonces se dedica a hacer trabajos de limpieza en el jardín o a canturrear con la guitarra en el porche? ¿Y por qué, si tanto temen ser descubiertos, ni se molestan en cerrar la puerta de la casa? No pueden esperar que nos tomemos en serio sus problemas si ni ellos mismos lo hacen. NANDO SALVÀ