crónica

Arctic Monkeys, la muralla de sonido

El grupo de Sheffield mostró signos de madurez con una robusta exhibición en el Sant Jordi Club

JORDI BIANCIOTTO
BARCELONA

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Ya no son la golosina del mes, pero llenan espacios como el Sant Jordi Club (3.000 localidades) con meses de antelación. Sus nuevas canciones son menos inmediatas y tienen más poso, pero conservan el descaro y la determinación que les hicieron famosos. Son Arctic Monkeys y parece que están aquí para quedarse. El sábado exhibieron músculo y aptitudes ante una audiencia que ha crecido con ellos, se ha multiplicado y secunda con pasión su tránsito del espasmo punk-pop a un rock con fondo, grosor e inquietud.

El Sant Jordi Club, con un aspecto de nave industrial de suburbio de Sheffield (abundante presencia de ciudadanos británicos), acogió a un grupo algo distinto al que vimos hace menos de tres años en Razzmatazz y el Espacio Movistar. Siguen ahí la acidez natural y el gusto por la canción de complexión abrupta, pero, ahora, Alex Turner y compañía intentan que sus detonaciones duren más, lleguen más lejos y extiendan sus raíces bajo la corteza terrestre. Midiendo más las energías: el grupo comenzó con el tempo pesado de Dance little liar, que dio paso a la escalada violenta de BrianstormThis house is a circus y This house is a circus, una de las cuatro únicas menciones al primer disco. Si su tercer trabajo, Humbug, es un manifiesto de prematura madurez a los 23 años, el directo fortalece ese sensación.

Arctic Monkeys levantaron una muralla de sonido que haría feliz al encarcelado Phil Spector y lo lograron sin sacrificar su flexibilidad natural. Canciones rugosas y airadas, de una brusquedad milimétrica, con violencia de trazo quirúrgico. Estrofas partidas por la mitad que quedan suspendidas en silencio y resucitan como movidas por una turbina, y una voz que abofetea al oyente con desgana e insolencia. Reflejos del síndrome Mark E. Smith (The Fall).

SALUDOS A NICK CAVE / El corazón del show lo pusieron piezas nuevas de tacto rocoso, como Potion approaching, My propeller y Crying lightning. Sonó una rareza, Catapult, y una versión revolucionada de Red right hand, de Nick Cave. Tras el ecuador, alboroto en la pista con los rescates de The view from the afternoon, I bet you look good on the dancefloor When the sun goes down, que apuntaron hacia el desenlace a través de Pretty visitors, Secret doors y citas al segundo disco (Fluorescent adolescent, 505), que remataron la sesión. Arctic Monkeys sobreviven al éxito sobrevenido. Indicios de madurez a los 23.