¿Dónde está Pedro?

Corbacho presentó una gala rápida, dinámica y cómica, marcada por el plante de Almodóvar Verónica Echegui, 'la Juani', no dejó de saludar ni hacerse fotos con su cámara junto a los reporteros

JUAN FERNÁNDEZ / MADRID

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La expectación que cada año levantan los Goya solo es proporcional a la cascada de sablazos que su ceremonia suele recibir a su finalización. Que si es un tostón, que si dura más que un día sin pan, que si el humor de sus gags resulta más forzado que Don Pimpón en una cama de velcro... Hay quien sale de la gala haciéndose cruces, jurándose no volver el año siguiente. Esta vez José Corbacho había prometido risas y hachazos para mantener despierto al personal y había sembrado entre el sector una duda en forma de reto: ¿Sabrá la gente del cine reírse de sí misma?

Las cosas de Corbacho le dieron ritmo y frescura a la gala, más rápida y ágil que otros años (en tiempo real duró dos horas y cuarto, todo un récord), sus gags levantaron desiguales carcajadas en la platea y sus improvisaciones al galope consiguieron darle sensación de directo al falso directo de la retransmisión (llegó a colarse con una cámara en la sala de maquillaje, mostrando la trastienda de la ceremonia). Pero el riesgo de salir en la foto forzando la sonrisa más de lo adecuado acabó ahuyentando al protagonista de la noche. La pregunta, según avanzaba la ceremonia, se hacía pólvora: ¿Dónde está Pedro?

La respuesta llegó terminada la velada: "Se ha quedado en casa porque se pone muy nervioso", señaló su hermano Agustín. Javier Rebollo, nominado al mejor director novel por Lo que sé de Lola, había excusado el día anterior una coartada más cinéfila. Y creíble: anoche daban en la Filmoteca un filme de Godard que no podía perdérselo. Es lo que pasa cuando una gala cobra mala fama: que la gente sale espantada.

Ellos se lo perdieron. Con lo bien que se lo pasó Verónica Echegui, la Juani, que se presentó la primera en la ceremonia y no dejó de saludar ni hacerse fotos con su cámara junto a los reporteros de los programas de televisión. Parecía una forofa escapada de la tropa de seguidores que convirtieron la entrada al Palacio en una inusitada pasarela de fans (otra novedad de este año). Fueron especialmente ovacionados el espectacular vestido Carolina Herrera de Pe, el vaporoso envoltorio de Josep Font que portaba María Valverde y el arte de Elena Anaya para mostrarlo todo y no enseñar nada bajo su escueto modelo de Cavalli. Más misterios resueltos: la alfombra era verde, y no roja, porque ese es el color promocional de la marca de whisky que pagaba el felpudo.

Venir a los Goya hace ilusión a nuevos en el lugar y a veteranos sin mejor plan (Manolo Escobar y el señor Chinarro, por ejemplo, nunca fallan). Otros, conocedores de su condición de convidados de piedra, saben llevarlo con dignidad: "Vengo a disfrutar. Es lo bueno de no ser favorito", declaraba a la entrada Manuel Huerga, director de Salvador, oliéndose la que se le avecinaba. "Yo estoy encantada de ser la eterna nominada", apareció diciendo Maribel Verdú, que por cuarta vez volvió a su casa como llegó. Al menos, en esta ocasión volvió riendo.