Dolors Miquel, la poeta peluda
La lectura de su transgresora ‘Mare nostra’ en el Saló de Cent, el pasado lunes, durante la entrega de los premios Ciutat de Barcelona, hizo que el ‘popular’ Alberto Fernández Díaz brincara de la silla y se largara. El poema define al dedillo el estilo de esta autora: airado y reivindicativo, jugetón y fogoso.
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La podríamos presentar como la Tina Turner de la poesía o como la Frida Kahlo de la 'literatura de Ponent', pero igualmente no acertaríamos. Porque Dolors Miquel, nacida en Lleida en el sesenta, es una fuerza de la naturaleza que hay que degustar en su elemento, es decir, desde el escenario. En el momento feliz del estallido de la poesía oral catalana, en los noventa, el fervor popular coronó como cabeza de cartel al mejor recitador que ha dado este país (con permiso de Josep Pedrals), Enric Casasses; pero si la ortodoxia libertaria hubiera permitido escoger a la mejor recitadora, le habría correspondido a ella sin ninguna duda. Escucharla declamar la 'Cançó de pular a la seu' («'Si la padrina s'ha mort, /que li canti una exèquia/ i l'enterri dins d'un hort / a la vora d'una sèquia. / Que l'enterri i si no hi cap / perquè té el cabell tan negre, / que li talli tot lo cap / i lo foti dins lo Segre...'») era todo un espectáculo: irreverencia y dadaísmo injertado de ritmo popular, todo ello bajo una melena rubia y rizada de buena chica. ¿Buena chica? ¡Ja!
MUJER EXPLOSIVA
Quien se sorprenda o se escandalice de las letras de la Miquel no es que no la conozca a ella, es que no sabe nada de poesía. Es una mujer explosiva, en el sentido 'rossinyolià' del término. Y todo aquel que haya compartido sobremesas con ella (por ejemplo, en las deliberaciones de un premio literario) sabe que defiende lo suyo con vehemencia, pero que al mismo tiempo es incapaz de añadir a sus palabras la trascendencia de la afectación: tarde o temprano romperá a reír y zanjará toda controversia y provocará que los comensales de las otras mesas se den la vuelta (porque la Dolors, a pesar de vivir cerca del mar hace ya unos cuantos años, conserva un rasgo fascinante: cuando se ríe todavía se le nota más el acento 'ponentí' que la hace tan sexi).
LÍRICA TRANSGRESORA ACTUAL
Pero hablábamos de poesía. Sin todo lo que ha pasado en los últimos 20 años en el campo de la poesía oral, sin todo lo que cantaron Pau Riba, Jaume Sisa y Oriol Tramvia en los setenta, sin todo lo que escribieron los autores medievales, no se puede entender la lírica transgresora actual. Si no se ha leído el supermisógino 'L'espill o el llibre de les dones' de Jaume Roig (del XV), se corre el riesgo de pensar que su 'Llibre dels homes' no es más que un desahogo feminista con mala leche, y ya no digo nada de los 'Haikús del camioner' o de 'Gitana Roc' («'Però la Gitana no està per hòsties, / que no, / que ella / volia, volava, velava, brollava, s'abellia per / abraçar-te amb els ulls'»). En su juventud pirontécnica mamó mucho, mamó infinidad de versos (Jordi de Sant Jordi, Ausiàs Marc, el Capellà de Bolquera, Carner, Foix, Ferrater, Bauçà, Sant Joan de la Creu, Maiakowksi…) que después, filtrados por la angustia de alguna experiencia conyugal no precisamente plácida, destilaron esta poesía batallera tan suya. Hecha de ira y de reivindicación, pero también de juego y de fuego. Y de un inmenso gusto por las palabras. Poesía que ya se entiende que cueste de entender a quien va empachado de retórica política: «A mí, el rollo del poeta conceptual no me gusta», le dijo una vez a alguien que le pidió que se definiera. «Si no sabes explicar qué has hecho, ya eres una mierda. No entiendo cómo esta época requiere tanto concepto y tanta idea. A veces pienso que es para tapar la falta de contenidos». Como anillo al dedo.
TERNURA ABRUPTA
Aunque por sus chillidos no lo parezca, la Dolors es una muchachita muy dulce, de una ternura a veces abrupta como el 'far west segrianenc' del que proviene. Todos los que han compartido escenario con ella, y en 25 años largos ya son legión, lo saben. El recital no le hace perder el interés por la cháchara, y fuera del público es capaz de transformar un poema monosilábico en una canción de cuna para rimadores punkis. En 'La dona que mirava la tele' aprovecha la sosería de la idiotez colectiva de nuestro tiempo para construir una letanía hipnótica que desarma.
Volviendo a los referentes, hay quien ha calificado a esta nuestra 'verge peluda' (es el título de la revista que publicó en el 2002, solo un número y medio), de Maria Mercè Marçal de nuestros días. Tal vez sí. Pero, si acaso, ya que proviene del 'far west', con un toque de Dolly Parton.
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