De Amaia a Teresa

JOAN CAÑETE BAYLE

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El 9 de noviembre el 2012 Amalia Egaña, vecina de Barakaldo de 53 años, se subió a una silla y se arrojó al vacío desde un cuarto piso, en el mismo momento en que  la comisión judicial que iba a ejecutar el desahucio de su piso subía por las escalera del inmueble. No fue el primer suicidio vinculado al drama de los desahucios (probablemente lo fue un hombre, padre de familia, que se ahorcó en plena calle en L'Hospitalet en noviembre del 2010) ni el último, pero sí tuvo una gran repercusión social. Representó un punto de inflexión en la revuelta social contra los desahucios que lideró la PAH: supimos su nombre, supimos su historia (algo que no siempre sucede), hubo manifestaciones, hubo protestas, el drama de los desahucios le estalló en la cara al Gobierno. Y pese a todo, meses después, el PP acabaría matando en el Congreso la iniciativa legislativa popular en pro de la dación en pago de la PAH.

Después de Amaia, tomando a Amaia como símbolo del drama de los desahucios, pocos ciudadanos quedaron por convencer de que esta crisis es una estafa, que esta crisis mata. Las víctimas de los desahucios fueron un factor clave en la configuración del eje que define la conversación política y social en España en los últimos años: ellos (los políticos, los medios de comunicación, los empresarios, los bancos, el establishment, los culpables de la crisis por acción u omisión, el 1%, lo que ahora se llama casta) y nosotros (los ciudadanos, el pueblo, los (mal) representados por sus representantes, el 99%, las víctimas de la crisis). Los recortes, la corrupción, el magro presente y futuro de los jóvenes, la distancia sideral entre las condiciones económicas de ellos y las de nosotros (esos sueldos de los ejecutivos frente a los salarios menguantes del resto) y algunos escándalos como el de las preferentes son otros factores que han alimentado, que alimentan, este diálogo entre trincheras. Ahora hay que añadir el ébola, el contagio de la auxiliar de enfermería Teresa Romero. Y Excálibur.

«La inoperancia demostrada por el Gobierno del PP solo es comparable a sus múltiples escándalos de corrupción. Les faltaba la guinda: cómo han tratado una infección vírica y cómo para escurrir el bulto han acusado a la enferma en lugar de apoyarla», nos escribe José M. Arderiu desde Dusseldorf.  «Estas personas que nos gobiernan juegan con nuestros puestos de trabajo, nuestro dinero y ahora con nuestras vidas» (Enrique Lozano, Mataró).  «De nuevo, la incompetencia la ignorancia y la arrogancia llevadas al límite» (Nelson André Ferreira, Premià de Dalt). «Como siempre que ha habido alguna crisis de cualquier tipo, el Gobierno la gestiona de la peor forma posible, engañando a los ciudadanos» (Xavier Sanchís, Barcelona).

No sucede cada día un arrebato de indignación ciudadana de la envergadura del que ha habido esta semana, solo comparable al de los puntos álgidos de la corrupción o a lo más crudo de los desahucios, como el suicidio de Amaia. Sacrificio de Excálibur al margen, cabrea (por decirlo mal) todo: que se culpe a la auxiliar de su propio contagio (en la más pura tradición del PP que va del piloto del Yak-42 al maquinista del Alvia de Santiago, pasando por ancianos que compraron preferentes sin leer la letra pequeña, esos propietarios de pisos desahuciados que firmaron lo que no podían pagar y esos jóvenes que no se van, que no los echan, que es «movilidad exterior»); que nadie en el Gobierno asuma responsabilidades (Ana Mato, esa ministra), y la falta de formación, garantías y medios de los profesionales que debían lidiar con el ébola, que se imputa a partes iguales a la incompetencia, la chapuza nacional y los escasos recursos de una sanidad, y este es otro motivo de irritación, que paga la política de recortes. «El ébola es la marca España», escribe desde Daimiel Jesús Sánchez Camacho. De Amaia Teresa, la brecha entre el ellos y el nosotros no hace más que crecer.