Acosos: callar es claudicar
Combatir la violencia física, psicológica o sexual es tarea de todos. El apoyo a las víctimas es clave para que rompan su silencio y denuncien a sus verdugos
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Resistir. Cerrar los ojos. Apretar los dientes. Llorar por dentro. Fingir que no ha sucedido. Que no está sucediendo. Que tampoco hay para tanto. Y cuando todo ha pasado, aunque todo queda, arrumbar el dolor en el último cajón de la memoria. Tratar de olvidar, en vano. Callar. Seguir resistiendo.
Francisco, Nadia, Enrique, Marina y tantas otras víctimas de acoso escolar, terrorismo machista o abusos sexuales se hartaron de callar, pero no de resistir. Esta semana han alzado al fin la voz y la mirada para desvelar lo que durante tanto tiempo ocultaron, gesto de valentía que envilece aún más a sus depredadores.
No les mueve, principalmente, el ansia de venganza. Ni a los adultos que han desenterrado los recuerdos del 'bullying' que padecieron en el colegio. Ni a Marina, de víctima a activista contra la violencia machista que ahora enseña a los adolescentes cómo prevenirla. Ni a los exalumnos de los Maristas de Les Corts que, después de que el EL PERIÓDICO desvelara la primera denuncia, están señalando al pederasta confesopederasta que les robó la inocencia. Estos últimos quieren justicia, por supuesto, pero todos ellos rompen su silencio, ante todo, para que quienes pasen por su mismo calvario no sigan su ejemplo. Para que entiendan que callar es claudicar.
Porque es en la penumbra de patios, gimnasios y domicilios donde los acosadores descargan toda su inquina. Cuesta creer, como denuncia una víctima de los Maristas, que durante tantos años la dirección ignorase la sevicia del pedófilo. Como inconcebible resultaría que el acoso se perpetuase en las escuelas sin la pasividad cómplice de los profesores y compañeros que miran para otro lado. Y otro tanto cabe decir de los vecinos que oyen gritos y golpes en el piso del lado pero prefieren no inmiscuirse.
El efecto disuasorio
Combatir la violencia, sea física, psicológica o sexual, es tarea de todos. De diarios como este, que denuncia en su portada una verdad incómoda, pero también de todos nosotros. Cuanto mayor apoyo social tengan las víctimas más fácil será que denuncien a sus verdugos, y que el temor al oprobio ejerza sobre ellos un efecto disuasorio. No bajemos la guardia.
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