Una forma de resistencia
Los videoclubs sobreviven por la vocación de sus dueños y por su espíritu de militancia
Hay una escena que tiene lugar con frecuencia en las puertas de los videoclubs -los pocos que quedan en la ciudad- que es síntoma de su condición de sitios raros. Siempre la protagonizan menores de 40 años. Se trata de una pareja o de un grupo de amigos que pasan por ahí y que descubren el lugar, y de repente dejan todo a un lado, la charla, las risas, la mano que sujetaban, y asumen una actitud obnubilada, del que ha hecho un hallazgo auténtico. Atisban desde la calle para confirmar que no se equivocan, que el local es lo que parece, y después de unas cuantas exclamaciones con hache (¡oh!, ¡ah!) se miran y se confirman en lo que piensan: que es increíble que exista esto. Que cómo puede ser. Que qué viejo. Que qué 'vintage'.
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"Tiene un punto 'vintage', sin duda", dice Jordi Román, propietario del videoclub Cine Addicte en la calle de Joan Blanques, en Gràcia. "Pero es que ver una película en una tableta, en un portátil o en el móvil no es manera de verla, tiene que verse en una pantalla grande y en un sitio adecuado". Los que se detienen a proferir exclamaciones con hache difícilmente lo entienden; los que siguen entrando con normalidad y dedicando media hora a husmear y llevándose cada tanto una película lo entienden perfectamente.
UNA APUESTA ARRIESGADA
El videoclub es un lugar 'vintage' y los que poseen uno ejercen al fin y al cabo una forma de militancia. Es un indicador que hayan cerrado tantos y que queden tan pocos; es un indicador que a las nuevas generaciones les parezca un negocio anacrónico, y es un indicador, sin duda, que económicamente sea el equivalente de una apuesta arriesgada en el casino. "Las cuentas van saliendo, pero el futuro es incierto", dice Román. "Se puede vivir si no tienes muchas ambiciones, porque este no es un negocio de grandes márgenes, es un negocio de vocación", dice Miguel Elenes, propietario desde agosto pasado de Deuvedés, también en Gràcia, en la calle de Martínez de la Rosa.
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Gràcia: tal vez no es casualidad que en la antigua vila haya espacio para dos videoclubs, cuando hay extensos territorios de la ciudad desabastecidos. "Supongo que algo tiene que ver la media de edad de los vecinos -dice Román-. Pero hay que tener en cuenta que Gràcia siempre ha sido un territorio de cine". Elenes dice que hay un tejido social del que su negocio se beneficia, y que eso incluye los núcleos familiares. "Nos dimos cuenta, de hecho, de que lo que sostiene al videoclub son las familias, los padres que vienen con sus hijos por películas que puedan ver juntos. Por eso hicimos una zona familiar mucho más amplia". Estrategias. La del Addicte -o una de ellas- es poner el acento en el cine clásico.
La resistencia, en cualquier caso, no tiene lugar solo en este barrio: el gran decano y superviviente, Video Instan, sigue irradiando su luz desde la calle de Enric Granados. No pudieron hacerlo -sobrevivir- otros sitios emblemáticos como Séptimo Arte, la Papaya Verde, Vídeo Star o DVD 10. Por solo citar, claro, las bajas más recientes.
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