Proteccionismo y unilateralismo
Es peligroso cavar trincheras arancelarias. Como escribió Bastiat, «si los bienes no cruzan las fronteras, lo harán los soldados»
Enric Hernàndez
Director
Director de EL PERIÓDICO desde el 2010 y licenciado en Ciencias de la Información por la Universitat Autònoma de Barcelona. En 1998 se incorporó al diario como redactor jefe de Política en Madrid. Un año más tarde, asumió la jefatura de la delegación y, en el 2006, fue nombrado subdirector. También trabajó en 'El País' como director adjunto y en el diario 'Avui', donde inició su carrera profesional.
ENRIC HERNÀNDEZ
Los vientos proteccionistas que soplan de la otra orilla del Atlántico pueden sacudir, si no se domeñan, la economía global. El 'America First' de Donald J. Trump, llevado al comercio, podría ser una mera añagaza para contentar a su electorado o un arma para combatir el ventajismo cambiario de China, principal banquero de Estados Unidos. Dependerá de si puede transformar sus palabras en hechos o si los poderes económicos y la 'intelligentsia' de la Casa Blanca frustran sus planes. En este último número del suplemento económico + Valor, nuestros expertos coinciden en las dificultades que afrontará Trump, en una economía tan globalizada, si en verdad intenta levantar muros arancelarios donde hoy fluyen los intercambios comerciales.
El proteccionismo es al negocio lo que el unilateralismo a la diplomacia. Ambos beben de una concepción ochocentista del mundo, incompatible con un progreso equilibrado y con la vertiginosa evolución tecnológica y del transporte de mercancías. Si bien es cierto que la globalización de la economía es fuente de inequidades, también lo es que la apertura de los mercados estimula la competencia y la creación de riqueza. No siempre, o pocas veces, su correcta redistribución, pero sí su creación.
Durante décadas Europa, como laboratorio de pruebas, ensayó con éxito la combinación del librecambismo económico y el proteccionismo social, merced a las plusvalías por aquel generadas. La crisis económica internacional, achacable a la desregulación de los mercados y no a las políticas arancelarias, ha hecho colapsar el modelo, pero ello obliga a revisarlo, no a demolerlo. Porque, al cabo, fueron la Comunidad Económica Europea, y luego la Unión política, las que, con sus imperfecciones, trajeron al continente estos 70 años de paz, tras dos guerras mundiales. Hoy en día nadie se imagina que Alemania y Francia puedan volver a las andadas.
El unilateralismo, sea de orden político o comercial, es el preludio de conflictos bilaterales que no siempre se saldan pacíficamente. Resucitar la política de bloques de la guerra fría y cavar trincheras arancelarias, en lugar de potenciar los trabajos de la Organización Mundial del Comercio (OMC) -para armonizar los mercados, pero también los derechos y las condiciones laborales de los trabajadores-, solo acarrearía crecientes tensiones económicas y políticas, globales o regionales. Porque, como escribió el liberal y pacifista francés Claude Frédéric Bastiat, «si los bienes no cruzan las fronteras, lo harán los soldados».
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