LA ENTREVISTA

Susan Orlean: "Una biblioteca representa todo lo que Trump detesta"

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Elena Hevia

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Susan Orlean tiene una mirada especial hacia las cosas. Tanto es así que en los reportajes que escribe para The New Yorker desde 1982 la dirige a situaciones o personajes por los que nadie habría dado un duro –periodísticamente hablando– de antemano. Hoy junto a Joan Didion, quizá más estilosa a la hora de escribir, es una de las más respetadas autoras del envidiable panorama periodístico estadounidense. 

Se dio a conocer mayoritariamente con un reportaje literario, 'El ladrón de orquídeas', que acabó siendo una película, 'Adaptation', a las órdenes de Spike Jonze y con guion del gran Charlie Kaufman, que no era tanto una versión del libro como la reconstrucción de las investigaciones de Orlean que allí tenía el aspecto de Meryl Streep. "Si te tiene que representar alguien en una película, mejor que sea Meryl Streep", dijo divertida y chispeante en Barcelona tras haber participado en el reciente festival Kosmopolis.

"Con Trump, entramos en una era que va en contra del conocimiento, de la inclusión y de los ideales de la democracia"

Además, trae su último libro 'La biblioteca en llamas' (Temas de hoy), la historia de cómo un incendio destruyó 400.000 libros de la Biblioteca de Los Ángeles en 1986, incluidos un Quijote ilustrado por Doré, un libro de arquitectura de Palladio del siglo XVI, una Biblia de 1635, todo Shakespeare, pero también la del hombre que encendió (¿o no?) la cerilla y la de todas las personas que se implicaron en su reconstrucción.

–Usted ha escrito memorables reportajes sobre un niño de 10 años de clase media o sobre campeonatos de belleza perruna. ¿Se podría decir que el tema no es exactamente lo prioritario para usted?

–Claro que me interesa el tema, pero muchas veces lo utilizo para hablar con mayor profundidad sobre una idea más general de lo que nos importa en la vida, como qué función desempeña la memoria o cuál es el valor de la narración. Así que un tema para mí es solo una puerta de entrada.

–¿Una defensa apasionada de los libros como La biblioteca en llamas publicada en plena era Trump tiene un peso simbólico añadido?

–Empecé a escribirlo cuando Obama estaba en la Casa Blanca y, sin más, pensé entonces que era una historia importante, pero no exactamente política. Luego llegó Trump y el libro adquirió un nuevo significado, porque entramos en una era que va en contra del conocimiento, en contra de la inclusión y en contra de los ideales de la democracia. Una biblioteca representa todo eso porque están abiertas a todo el mundo y nos proporcionan el conocimiento que necesitamos para crecer. Una amiga me dijo que lo único bueno de la elección de Trump es que su ascenso ha sido positivo para mi libro.

"Me encanta el libro físico, pero lo que importa es la celebración del legado"

–De ahí que todos los relatos excéntricos que se entrecruzan antes y después del incendio –como el hecho de que los grandes depredadores de la biblioteca fueran los estudios de Hollywood que no devolvían los libros que necesitaban como documentación– sean a su vez una especie de biblioteca de historias dentro del libro.

–Al principio me daba la sensación de que estaba manejando demasiadas historias. Al final acepté que la peripecia del bibliotecario Charles Lummis, que celebró su nombramiento caminando miles de kilómetros a pie, o la historia del telepredicador agnóstico Gene Scott, que organizó un telemaratón para recaudar fondos, puedan parecer inventadas pero son reales y deben esar ahí. Me gustó que el efecto final sea como si el lector se paseara por una biblioteca.

–Una de las historias más emotivas es la suya propia, de cómo visitaba las bibliotecas de la mano de su madre y de cómo luego lo hizo usted con su hijo.

–Los libros trasmiten historias de la misma manera que nosotros las transmitimos a título individual de padres a hijos y eso me resulta muy gratificante. Pero la verdad, he de decir que mi hijo no se ha leído este libro.

–¿Es eso un síntoma de la brecha digital que se ha abierto para la generación que se formó gracias a ese papel tan vulnerable al fuego?

–Los libros han ido cambiando de forma desde el principio de los tiempos, primero se esculpían en una piedra, luego vino el papiro y la prensa hasta alcanzar los libros digitales. Creo que evolucionarán más porque la gente está necesitada de historias. A mí, claro está, me encanta el libro físico, pero lo que importa más es la celebración del legado. Y si esa tradición se vehicula a través del móvil no me importa tanto. Además, tengo la sensación de que internet ha penetrado en la generación más joven hasta alcanzar un punto de saturación.

"La gente me acaba contando cosas muy íntimas que yo sé que no están preparados para que se publiquen. Al final, tienes una obligación moral"

–¿Cree que el libro tradicional tiene en la actualidad una cierta pérdida de prestigio entre las nuevas generaciones? 

–Yo diría que no. No sé si esto es así en España, pero en Estados Unidos las ventas de los libros electrónicos se han desplomado y las del libro físico han aumentado.

–Harry Peck Jr., ese aspirante a actor fracasado, mitómano y posible pirómano, se parece mucho a los protagonistas de sus libros anteriores, seres excéntricos y desarraigados.

–Cuando empecé a preparar este libro, hace más de 10 años, yo no sabía que había fallecido y hubo un momento en que me pregunté si debía seguir. Pero el personaje me fascinó. Era tantas cosas a la vez: un tipo complicado, bueno y malo, un soñador y un mentiroso, un fracasado que creía haber tenido un éxito rotundo. Esa tensión es fantástica para una escritora.

–El personaje que se queda en la cuneta de los fastos de Hollywood es casi un subgénero de la literatura estadounidense. ¿Esa historia podría haber sucedido en una ciudad que no fuera Los Ángeles?

–No. Él encarna gran parte de lo que es esa ciudad cegada por la fama y el dinero. Inventó un personaje para sí mismo y convirtió su vida en una película. El hecho de que hubiera muerto me dio más libertad para escribir sobre él de forma más íntima. Cualquier periodista tiene que reconocer que hay una cierta incomodidad a la hora de escribir sobre alguien que participó en un delito.

–¿Cuándo acabó el libro sintió que había comprendido a Harry Peak?

–No quiero sonar arrogante pero sí. También está el hecho de que él negaba ser homosexual y que cuando murió de sida, e incluso en un momento en que estaba entre la vida y la muerte, se inventó una historia de cómo se había contagiado por compartir una jeringuilla. Siempre fabulaba. En cierta manera los escritores estamos haciendo lo mismo, construir una vida que celebre todo el mundo para que la gente se dé cuenta de que estás aquí. La diferencia es que mis historias son ciertas y las suyas, no.

"Las mujeres solemos escuchar mejor; los hombres a menudo quieren demostrar que saben más del tema que la persona entrevistada"

–El fuego tiene a la vez un carácter terrible y espectacular. En el libro quema Farenheit 451, nada menos, para ver cómo sienta quemar un libro.

–Esa es una emoción muy compleja. El fuego es hermoso, te pone en tensión, purifica y fascina. Es una necesidad elemental del ser humano. Pero… es profundamente destructivo. Todos de niños hemos probado a quemar algo a ver qué ocurría.

–¿De qué manera se gana la confianza de la gente en sus entrevistas? ¿Tiene algún tipo de técnica especial?

La técnica número uno es que soy de fiar. También le dedico mucho tiempo. Es muy difícil entrar y decir:"Tengo 10 minutos, cuéntame tu historia". Yo me quedo el tiempo que haga falta y tengo suerte porque 'The New Yorker' y mis libros me permiten hacerlo. Y además voy con una mentalidad abierta para escuchar las historias de la gente y eso es algo que detectan. No me la preparo en exceso, sencillamente digo:"No conozco tu historia, ¿por qué no me la cuentas?".

–¿Nunca ha sentido que traicionaba la confianza de alguien?

–Si es algo con lo que no voy a poder vivir según mi conciencia, no lo pongo. Porque, al fin y al cabo, soy yo la que tiene que vivir conmigo y la gente me acaba contando cosas muy íntimas que yo sé que no están preparados para que salgan publicadas. Al final, tienes una obligación moral.

–¿Ser mujer le ha ayudado?

–La gente en general confía mucho más en las mujeres, porque solemos escuchar mejor. Yo, personalmente, jamás voy con mi ego por delante intentando demostrar nada. Los hombres a menudo sienten la obligación de mostrar que ellos entienden más del tema que la persona que están entrevistando. Así que las mujeres tenemos una ventaja importante ahí.