Taekwondo

El llanto inconsolable de Adriana Cerezo y un "¡ja!" para volver a empezar

La joven taekwondista española trata de asimilar su derrota en París mientras ya mira a Los Ángeles: "No entraba en mi cabeza que pudiera pasar esto"

Adriana Cerezo durante uno de sus combates en los Juegos Olímpicos de París.

Adriana Cerezo durante uno de sus combates en los Juegos Olímpicos de París. / AFP7 vía Europa Press

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Ya no quedaba prácticamente nada en el Grand Palais, el monumental palacio sobre el Sena que vigila a los Campos Elíseos y a la Torre Eiffel, evacuado tras la sesión de tarde, esperando a que llegara la sesión principal para las finales de la jornada, cuando por un pasillo apareció Adriana Cerezo, acompañada de su entrenador, Jesús Ramal. Otro deportista habría huido, pues ya no tenía obligación de dar la cara, como sí ocurre tras un combate, pero ella sí lo hizo. Bastaron un par de mensajes a Ramal para que lo hiciera. Él, como siempre, se encarga de todo lo que está bien para Adriana.

"No entraba en mi cabeza que pasara esto". La joven taekwondista de 20 años acababa de ver su sueño roto en mil pedazos. No solo deseaba ser campeona olímpica, sino que estaba convencida de ello y lo verbaliza con una determinación que impactaba. Y, sin embargo, todo estalló por los aires en los cuartos de final, en los que la iraní Mobina Nematzadeh se le atragantó de mala manera. Después le quedaba el comodín de la repesca, pero la derrota en semifinales de su verdugo le expulsó de París.

Adriana Cerezo, de azul, en uno de sus combate en París.

Adriana Cerezo, de azul, en uno de sus combate en París. / ANDREW MEDICHINI / AP

Y fue en ese momento, viendo su combate, acompañada por Adrián Vicente que también esperaba (y sí obtuvo) la segunda oportunidad del repechaje, cuando a Cerezo se le vino todo encima, cuando rompió a llorar desconsolada. "Ha sido una ensalada de emociones bastante confusa, no podía venirme abajo por si accedía a la repesca, pero después ya… Estaba hasta perdida", explica después mientras contenía con éxito unas lágrimas que brotaban a borbotones cuando los micrófonos y las cámaras se apagaban y buscaba entonces el abrazo de consuelo y agradecimientos de los conocidos que la rodeaban.

"No sabía cómo entrarle..."

Cerezo, aunque no lo verbalice como tal, tiene ahora mismo una sensación de fracaso inconsolable. Se le pasará, costará más o menos, pero aún lo tiene. Siente que en vez de dar un paso al frente tras ser subcampeona olímpica en Tokio, ha dado "varios para atrás". Y eso, ella que es pura adrenalina, un sistema nervioso propulsado por dos larguísimas piernas, le carcome por dentro. "No sabía cómo entrarle, era una chica bastante grande. Sabía que iba a ser un combate bastante duro y cerrado, pero esperaba poder ponerle un poquito más de...", lamenta sin todavía encontrar respuestas.

"Jesús ha tomado las riendas de la situación", dice sobre su entrenador, que le ha preguntado ya, sin esperar a que baje el suflé, por Los Ángeles 2028: "Mi respuesta ha sido un ¡ja!". "Le he dicho que me tenía que decir ahora si quería seguir. Y a mí con ese '¡ja!' me ha valido, ya me lo ha dicho todo", añade Ramal, que conoce mejor que nadie la materia prima con la que trabaja, la deportiva pero sobre todo la humana. Y que, cosas de la edad y la experiencia, relativiza lo ocurrido, sin descartar que la procesión vaya por dentro. Fuera así o no, era lo que en ese momento necesitaba Adriana y lo que le dio su entrenador.

Ahora, la plata olímpica en Tokio 2020 volverá al gimnasio Hankuk en San Sebastián de los Reyes (Madrid), ese centro del alto rendimiento en miniatura que cultiva Ramal, y volverá a comenzar. Con 20 años, tiene todavía una carrera entera por delante. Aunque era dolorida, solo consiga verbalizarlo y asimilarlo con un "¡ja!". "Ya está todo dicho", insiste Ramal. Adriana volverá. De eso no hay duda.