LOS 92 DEL 92
Michael Douglas, pasión de cine en el tartán del estadio
Con Jack Nicholson celebraron el oro de Carl Lewis, de sus fiestas nada se supo
Iosu de la Torre
Coordinador de Pódcast.
Periodista. Vasco de Barcelona. En EL PERIÓDICO desde 1986. Coordinador de Pódcast. Universidad de Navarra y Universitat Autònoma de Barcelona.
La tarde en que Carl Lewis se colgó el oro en el salto de longitud, dos estrellas de Hollywood estaban muy cerca del foso del estadio Lluís Companys para jalear al hijo del Viento: Michael Douglas y Jack Nicholson. Llegaron a Montjuïc a media tarde. Descendieron de un auto de cristales tintados, acompañados por sus parejas de entonces y madres de sus hijos, Diandra Luke y Rebecca Broussard, y bien escoltados por seguratas locales El séquito avanzó entre la muchedumbre con Javier Escobar al timón. El mítico relaciones públicas los guió hasta la grada donde celebraron el salto de Lewis como en las noches de NBA compartidas en la cancha de los Lakers, en Los Ángeles.
Después de ese verano en Barcelona, Douglas entró en una espiral exhibicionista de la que 30 años después parece no haber salido. Primero confesó que necesitó desintoxicarse de su afición al sexo (secuela de 'Instinto básico', con Sharon Stone). Después reveló que tenía un cáncer de garganta por lo muchísimo que practicaba el sexo oral. Superó la enfermedad ya casado con Catherine Zeta Jones y en otro ejercicio de superación inédito también puso contra las cuerdas un cáncer de páncreas. Allí sigue, fiel a la dinastía longeva de los Douglas.
En las crónicas de aquellas jornadas olímpicas no hay registro de cuánto de salvajes fueron las fiestas de estos artistas. Tampoco hicieron terapia a través de la prensa. Quizá Douglas no había entrado en el torbellino del que luego se arrepentiría (aparentemente). Nicholson conocía bien la ciudad desde 1975. En el último verano de la mojama del general Franco, Michelangelo Antonioni lo contrató para una peli con Maria Schneider que transcurría entre la Rambla, la Pedrera y el teleférico de Montjuïc. Douglas venía de S’Estaca, la finca mallorquina que regaló a Diandra en veranos más amables, como aquel del 92 en Barcelona.
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