LOS 92 DEL 92
André Ricard, padre de la antorcha olímpica y de una caja mágica que encarriló los JJOO de Barcelona
Barcelona quiso demostrar su modernidad y el paso a una nueva era hasta con el artilugio que portaba la llama
Rafa Julve
Periodista
Hay un selecto grupo de expertos y aficionados al diseño industrial y al olimpismo que responderían sin titubear cuando se les pregunta quién dio fondo y forma a la antorcha de los JJOO de Barcelona 92. André Ricard fue el padre de aquel singular artilugio que Epi, después de otros tantos 9.482 relevistas, llevó hasta el arco que empuñaba Antonio Rebollo para lanzar la flecha que prendió el pebetero en un momento que quedará forjado a fuego en la historia de la ciudad y del deporte.
Lo que menos gente recuerda es que André Ricard, nacido hace 93 años en la capital catalana y excelente diseñador de objetos de uso cotidiano (desde botellas de colonia para las firmas Puig y Carolina Herrera hasta los ceniceros Copenhaguen y las lámparas Tatu), participó en la carrera de hacia los Juegos desde el inicio, pues suya es la ‘caja mágica’ que contenía el dosier de la candidatura que se presentó al Comité Olímpico Internacional: mientras otros aspirantes entregaron unos folios unidos por típicos aros de metal o en una carpeta de plástico, Barcelona ya evidenció desde el principio con aquel mueble de madera exótica que quería ir a más y modernizar la cita olímpica desde los cimientos, como bien se apreció también con la misma antorcha.
"Entonces Barcelona no era la ciudad conocida que es hoy -declaró Ricard a este diario en el 20º aniversario de los JJOO-. Había que demostrar su modernidad y la actualidad que tenía, tanto en los materiales como en el diseño. Fue la primera antorcha que rompió con la tradición de antorchas antiguas. Fue la primera que dijo: 'Soy de este tiempo y no soy del pasado'". Entonces ya se optó por un combustible menos contaminante como el gas natural y que resultara difícil de apagarse. Hecha de aluminio inyectado, plástico y cuero, apenas pesaba 1,2 kilos y medía 66 centímetros. Como los diseños cotidianos de Ricard, fue todo un éxito. Se vendieron por 15.000 pesetas a los relevistas que no eran voluntarios (que la recibían gratis). Ahora aún se venden por más de 1.000 euros en internet.
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